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Una mujer como mi tía, tenía que ser, como fue, de una esterilidad a toda prueba. Hasta los quince años yo tuve vehementes dudas sobre su sexo; aquel retoño de los Atridas no dio fruto a pesar de mi tío. Mi tío estaba lejos de ser un apóstol, pero era un santo. El lado débil de mi tío era el amor, y esto explicará por qué es que a los dos años de viudez acaba de declararme que se casa.

Pronto volvía la fe, que se afanaba en conservar y hasta fortificar con el terror de quedarse a obscuras y abandonada si la perdía volvía a desmoronar aquella torrecilla del orgulloso racionalismo, retoño impuro que renacía mil veces en aquel espíritu educado lejos de una saludable disciplina religiosa.

De la creación grandiosa del mamífero gigante ha salido un ser imposible, primer retoño poético de la fuerza creadora, que al principio tuvo fija la vista en lo sublime y luego por grados pasó á lo posible, á lo duradero. El admirable animal teníalo todo: tamaño y fuerza, sangre caliente, sabrosa leche, bondad; lo único que le faltaba era la manera de vivir.

El hijo desheredado de un pequeño squire, igualmente poco dispuesto a trabajar la tierra y a mendigar, se sentía casi tan impotente como un árbol desarraigado que, favorecido por el suelo y la atmósfera, se habría desarrollado considerablemente en el propio sitio en que antes sólo era un retoño.

Veía en ella mayor demostración de la hermosura moral de Nucha. Parecíale que era providencial el que la señorita cuidase a aquel mal retoño de tronco ruin. Y Nucha entretanto se divertía infinito con su protegido; hacíale gracia su propia desvergüenza, sus instintos truhanescos, su afán por apandar huevos y fruta, su avidez al coger las monedas, su afición al vino y a los buenos bocados.

Siendo así, se daban por pasablemente satisfechos con que las fantasías amorosas del hermoso retoño se hubieran detenido en , Carlos Durán, ingeniero, en vez de mariposear sobre un sujeto cualquiera de insuficiente posición social. Así, pues, agradecí en mi fuero interno el distingo de que me hacía honor el joven patricio.

Media docena de esos hombres de buen gusto, que á todo van á un baile más que á bailar, se hicieron las siguientes reflexiones: «Que la pasión de la danza tiene hondas raíces en la buena sociedad de este pueblo, es innegable: nosotros la hemos visto bailar sobre el húmedo retoño de las praderas, entre las coles y cebollinos de las huertas, sobre los guijarros de la Alameda y sobre los adoquines del Muelle; derretirse los sesos bajo un sol africano á las cuatro de la tarde, por llegar á las cinco á la romería y bailar en ella hasta las siete, volver después, al crespúsculo, medio á tientas, por callejas y senderos, y aliquando meterse en barro hasta las corvas..., y siempre impávidas, y siempre pidiendo ¡más!

Así fue corriendo el tiempo, y, con él, calmándose la pesadumbre del marido y haciéndose la mujer a la carga de las suyas. Ya no había que contar con el undécimo retoño, y el décimo iba creciendo y esponjándose que daba gusto, y era bueno y listo y hermoso como si Dios se hubiera complacido en reunir en este solo hijo cuantas prendas simpáticas cabían dispersas en los anteriores.

Es imposible que salga bien haciendo tan gran cantidad repuso Carlota, igualmente ruborizada. Ambos se perdieron instantáneamente en lo más espeso e intrincado del bosque. Esta vez no fue D. Pantaleón, sino su último retoño, quien vino a su encuentro.

Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar, el autor de sus días se escurría entre el gentío, y al volver el muchacho en , ya el padre salía montado en el macho por la Puerta de Serranos, con la conciencia satisfecha de haber puesto al chico en el camino de la fortuna.