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No pudiendo tener bandera ni hombres de armas, tuvieron frailes y monjas con su guión y su cruz. Con los hombres de armas se rebelaban contra el rey, y oprimían al pueblo en la Edad Media. En el siglo XVII sofocaban al trono rodeándole de frailes, y con esos mismos frailes embrutecían al pueblo. Duraba el privilegio, crecía, se desbordaba.

19 Entonces sobrevinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron a la multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le sacaron fuera de la ciudad, pensando que ya estaba muerto. 20 Pero rodeándole los discípulos, se levantó y entró en la ciudad y un día después, salió con Bernabé a Derbe.

, últimamente. Antes... antes no era así. El orgullo del triunfo embargó mi ánimo. ¡Era yo, Rodolfo Raséndil, quien la había conquistado! ¿No me amabas antes? pregunté rodeándole el talle con mi brazo. Me miró sonriente y dijo: ¿Será tu corona? Este nuevo sentimiento se me despertó en el día de la coronación. ¿No antes? le pregunté ansioso.

Al día siguiente, la historia de la cadina correría por París entero, justificando gloriosamente su fuga de Constantinopla, y rodeándole a él de la aureola de lo novelesco, de lo absurdo, de lo imposible; pedestal el más alto sobre que suele colocar sus ídolos de un día el público de papanatas ilustres, que anda a caza de novedades y cuentos.

Su primer acto apenas triunfase sería venir á buscarle para llevarlo otra vez al palacio situado en la cumbre de la colina, rodeándole de tantas comodidades y homenajes como si fuese un dios. Pero mientras llega ese momento continuó Popito él teme por la vida de usted, gentleman, y le recomienda que no tenga confianza en ninguno de los que le rodean.

Al lado de D. Juan, y rodeándole con cariño, hay tántos, que nombrarlos á todos, áun teniéndolos presentes, es empresa mayor de lo que parece á primera vista.

Al verlo el viejo, se abalanzó sobre Roger y rodeándole fuertemente la cintura con ambos brazos, gritó al otro que apuñaleara á su enemigo por la espalda. Acercóse el negro, recogió su arma y Roger creyó llegada su última hora, si bien no dejó de hacer vigorosos esfuerzos para derribar á su adversario, cuya garganta apretaba con furia mientras forcejeaban ambos de uno á otro lado del camino.

Eran de los más feroces de la banda; hombres que sentían una impaciencia homicida, al ver que transcurrían las horas sin que corriese la sangre. Las manos; enséñanos las manos rugieron rodeándole, elevando sobre su cabeza las cuchillas cuadradas y relucientes. ¡Las manos! contestó de mal humor el joven, desembozándose. ¿Y por qué he de enseñarlas? No me da la gana.