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Pues mil, dos mil, cien mil reales, vamos. Tampoco. Yo pensé que debía poner a aquella infeliz en camino de adquirir una posición decente y estable. Buscarle un marido, no podía ser; estaba casada. Procurarle una manera de vivir con independencia y honradez... ¡ah!, esto es muy difícil. No tiene educación; no sabe trabajar en nada que produzca dinero.

Yo creo terminó que si no se ha vuelto á su rancho lo pillaré á esta hora donde el Gallego. Vaya á buscarle dijo Elena y avísele de mi parte que á la diez en punto esté frente á la casa... Nada más. Pero dígaselo con habilidad; que nadie se entere.

Lloraba, hablaba, se revolcaba en la cama del querido niño, besando las almohadas, estrujando las sábanas: que fueran a buscarle, que se le trajeran, pronto, pronto, pronto... Don Pablo, ahogado, ensayaba calmarla: no debían interpretar así el papel, porque era muy natural que Quilito pidiera a su padre y a su tía por escrito, el perdón que no se atrevía a pedir de viva voz; decía simplezas como ésta, tartamudeando, y después de vano esfuerzo, concluyó por llorar él también, abrazado a los hierros del lecho.

En fin, cosa rústica todo ello, pero de firmeza y buena calidad, como corresponde a gentes de nuestro porte. ¡Trabajo le mando al que se empeñe en buscarle la fe de bautismo! ¡Zancajo, cómo estará de polillas!... Esta es la puerta de la sala: vamos, la pieza de respeto.

El apoderado estaba fuera de la ciudad, en una montería, con algunos amigos de los Cuarenta y cinco. Una tarde, cerca ya del anochecer, don José fue a buscarle en un café de la calle de las Sierpes, donde se reunían gentes de la afición. Había llegado de la montería dos horas antes, y tuvo que ir inmediatamente a casa de doña Sol, en vista de cierta esquela que le esperaba en su domicilio.

Su salud me pareció menos mala de lo que yo temía; me dijo que por ser yo quien había ido a buscarle, se vendría a Mâcón, pero que con ninguna otra persona se hubiera venido; me ha pedido algunos días para arreglar sus negocios, y yo le he concedido ocho: estos días los aprovecharé enseñando a Eugenia todo lo más notable que París encierra.

Le había traído un paquete de rosquillas. ¿Y Juan Pablo? Al fin se arreglaría todo. Seguramente no iba a las islas Marianas, pero quizás le tendrían en el Saladero quince o veinte días. «Y merecido, hija. ¿Para qué se mete a buscarle el pelo al huevo?».

Te asombrarías de lo candoroso y noblote que es, si te contara el caso de cierto clavel que a se me cayó de la boca y recogió él del suelo; cómo le volvió a tirar porque ya no me servía; cómo y cuándo y de qué manera tan original volvió a buscarle y le guardó como oro en paño, y cómo llegué yo a descubrirlo todo.

Iré a buscarle al taller dentro de algunos minutos.

Este compañero era el que había ido a buscarle al antro de la bruja.