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Poco antes de llegar a Villeta, nos detenemos en algo que debía ser casa de Piquillo, porque allí cambiamos de bestias... Me he olvidado de dos personajes importantes que nos seguían o pretendían seguirnos en nuestra marcha vertiginosa; nuestros sirvientes, montados como tales.

Nos dimos cita para encontrarnos en Burgos ó Bilbao, cambiamos algunos abrazos muy cordiales, y tomamos direcciones opuestas. La diligencia volvió á servirme de prisión desde Córdoba hasta Madrid, en un trayecto de 350 kilómetros, despues de haber dado la vuelta á las Andalucías.

Durante el trayecto hasta el North Fork, no cambiamos una sola palabra; la diligencia paró en el Hotel de la Paz. El juez, tomando la delantera, nos acompañó hasta la sala común y ocupamos gravemente nuestros puestos junto a la mesa. ¿Están llenas sus copas, señores? dijo solemnemente el juez quitándose su blanco sombrero. , señor. Entonces, a la salud de Magdalena. Que Dios la bendiga.

Sufrimos por nuestras propias faltas. ¿Qué hemos hecho al otro lado del Rin desde hace diez años? ¿Con qué derecho queremos imponer señores a esos pueblos? ¿Por qué no cambiamos con ellos nuestras ideas, nuestros sentimientos, los productos de nuestras artes y de nuestra industria? ¿Por qué no los tratamos como hermanos en lugar de querer someterlos?

Parecidos al arroyo que pasa, nosotros cambiamos á cada instante; nuestra vida se renueva por minutos y, si nosotros nos creemos ser siempre los mismos, es por una ilusión de nuestro espíritu. Lo mismo que el hombre, considerado aisladamente, la sociedad en conjunto puede compararse con el agua que corre.

Lo mismo sucede en las discusiones de mujeres; hasta entonces nos habíamos esforzado por calmar a las señoras, pero esto no servía sino para enfurecerlas más; nos vimos arrastrados en la cuestión; el caballero de al lado me trató de idiota, y yo le califiqué de «rastacuero»; revolotearon los epítetos; con ademán simultáneo nos tiramos los platos a la cabeza; yo le obsequié con un cangrejo a la americana; él me envió mollejas de ternera; nos separaron; cambiamos las tarjetas, y luego nos plantaron a los cinco en la calle.

De este modo las relaciones que se establecieron entre nosotras no podían ser puramente las de hermana a hermana; ella fue la protectora y yo la protegida, hasta que cambiamos nuestros papeles. Podía yo tener once años, cuando advertí por primera vez que Marta había cambiado singularmente de modales y de aspecto.

¡Dios mío dijo, quizás soy demasiado expansiva!... Es mi defecto... Pero desde que cambiamos las primeras palabras en casa de la señora Voinchet, me sentí inclinada a una sincera confianza con usted.

Vamos, esto es una tontería dijo la Dorotea, sin pretender cubrir lo que no podía cubrirse. Quevedo tiene la culpa. Yo creo, señora, que nadie tiene la culpa de nada. Bebed dijo la joven llenando una copa de vino. Bebed primero vos... La Dorotea llenó su copa. No: bebed en ésta, ó bebamos la mitad de la nuestra cada uno; cambiamos. ¿Sabéis lo que estáis haciendo? dijo con seriedad la Dorotea.

Se puso Tristán a escribir la carta, y cuando concluyó me la dio. Cambiamos de papeles. Eramos, poco más o menos, de la misma edad y de la misma estatura.