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Le siente en los labios... Ten la copa un instante mientras la incorporo yo... Así... ¡Nieves!... ¡Nieves!... Dame la copa . ¡Nieves!... un sorbito de esta bebida para entrar en calor... A ver, poquito a poco... Allá va... ¡Lo paladea, Cornias, lo paladea... y entreabre los ojos! ¡Sea Dios bendito!... Otro sorbo más, Nieves, hasta apurar la copa, aunque le repugne a usted: es esencia de vida... ¡Ajá!... Prepara otra, Cornias, por si acaso... Mira, hombre, ¡todavía conserva en el pecho parte de las flores que se había prendido esta mañana!... Sobre que se están cayendo... Toma.

Y otro, y diez más, y las melodías de los grandes maestros más cariñosos al oído, y por fin, el vagar poético de una mano de artista sobre las tristes cuerdas de una guitarra, que responden a la caricia acariciando... Y la noche avanzaba, el silencio del bosque se hacía más profundo, las estrellas palidecían, sin que nos diésemos cuenta del rápido correr de las horas... ¿Dónde, dónde encontrar en esta vida sin reposo, ni aun en las cumbres del arte humano, algo que iguale la impresión soberana de la naturaleza, en los instantes en que se entreabre y deja, como la Diana griega, caer sus velos a sus pies y se muestra en toda su belleza?...

Es en sus versos donde la criatura que entreabre su alma a las primeras emociones de la vida, encuentra la fórmula que expresa la vaguedad de sus aspiraciones. En ellos vibra la nota melancólica y profunda de esas dulces noches de la tierra caliente que exaltan la imaginación, turban el alma y adormecen los dolores humanos.

Puede salir del paso con el peinador de muselina y los zapatos de raso, si encuentra en el vestíbulo un sombrero, sus zuecos de jardín y el gran chal escocés que se pone los días de lluvia para manejar. Entreabre su puerta con infinitas precauciones; todos duermen en el castillo; deslízase a lo largo de las paredes, a través de los corredores, y baja la escalera.

Luego, al concluir, un vals brillante de Strauss, para recordar sin duda algún momento pasado, cuando, los cuerpos unidos y los brazos entrelazados en el rápido girar, el labio derramó al oído la primera palabra del poema que la música está interpretando... Al principio, la casa duerme; cuando empieza la segunda pieza, un postigo se entreabre de una manera casi invisible en el balcón desierto, y un rayo imperceptible de luz, brotando de la oscura fachada, anuncia discretamente que hay un oído atento y un pecho agitado.

Yo soy como un ciego que canta á la puerta Deseando al que me oye placeres y amor, Deseando que nunca se mire cubierta La gaza, con perlas que borde el dolor. ¡Mas no soy tan ciego! pues miro en el cielo Brillar las estrellas con tibio fulgor, Y luego eclipsarse si entreabre su velo Mostrando dos ojos que irradian amor. ¡Oh juicio divinal! Cuando mas ardía el fuego Echaste el agua.

Del renacer de las esperanzas humanas; de las promesas que fían eternamente al porvenir la realidad de lo mejor, adquiere su belleza el alma que se entreabre al soplo de la vida; dulce e inefable belleza, compuesta, como lo estaba la del amanecer para el poeta de Las Contemplaciones, de un «vestigio de sueño y un principio de pensamiento».

La lluvia, que caía a torrentes, azotaba las ventanas del cuarto de Bettina. ¡Oh! ¡cómo llueve, cómo se va a mojar! Fue su primer pensamiento. Levántase, atraviesa su cuarto con los pies desnudos y entreabre un postigo. Empieza a despuntar el día, con una luz gris, opaca, pesada; el cielo está cargado de agua; el viento sopla tempestuoso, por ráfagas que hace girar la lluvia en torbellinos.

Habla lentamente y con una hermosa voz gutural. De vez en cuando entreabre el albornoz y muestra, pegado al pecho, el brazo izquierdo arrebujado en trapos ensangrentados. Tan pronto como llego a la calle, estalla una violenta tempestad. Lluvia, truenos, relámpagos, viento siroco... Pronto, a refugiarse en cualquier sitio.

Entreabre y frunce los labios con violencia, como si temiera que se la va á escapar su secreto; y significando de un modo confuso la duda, el rubor y esa fantasía indecisa de un deseo vírgen, de un primer deseo; esa alucinacion con que nos seduce la idealidad milagrosa de una esperanza que nunca se ha sentido; la alucinacion que nos causa el agüero de un mago, cuando creemos en la mágia.