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Efectivamente, la estátua se hizo, y el general inglés la colocó en el primer rellano de la escalera de su casa. Varios amigos del general, sorprendidos de que dejase la estátua en la escalera, pretendieron hacerle ver que aquello no era decoroso, porque podria entenderse que queria desairar la memoria del héroe. La estátua está en donde debe estar, contestó Welington, y bajó la cabeza.

Presentáronse los porteros y algunos vecinos, atraídos del alboroto, y al ver reunida tanta gente, salieron las cuatro mujeres al rellano de la escalera para explicar que aquel sujeto había perdido el juicio, trocándose de la más atenta y comedida persona del mundo, en la más importuna y desvergonzada.

Habituados a verse, Jaime la saludaba con una sonrisa, y ella parecía contestarle tímidamente con el brillo de sus ojos. Una mañana, al salir de su cuarto, encontró a la inglesita en un rellano de la escalera. Inclinaba su busto de muchacho sobre la barandilla. ¡Liftlift! gritaba con su vocecita de pájaro, avisando al encargado del ascensor para que lo subiese.

El zaguán, pintado de azul, era obscuro, con las paredes desconchadas y salitrosas; la escalera, de castaño, torcida y apolillada; en el rellano principal, dentro de una hornacina, brillaba una virgen pintada en tabla, dorada y estofada. La casa de mi abuela tenía muchos cuartos con puertas de cuarterones, que nunca se abrían.

Una mañana, al salir Isidro, vio que el señor Vicente abandonaba al mismo tiempo su habitación, como si le esperase. Los dos se juntaron en el rellano. Señor de Maltrana, tenemos que hablar. Le dolía mucho lo que iba a decirle, pero le obligaba la necesidad. Debía buscar una nueva casa; él abandonaría aquélla apenas acabase el mes. No puedo, señor de Maltrana; no puedo pagar el alquiler.

La criada y el sobrino hablaban en un rellano de la escalera, desde el cual se veían algunas habitaciones.

Cuando subió la escalera que una semana antes había bajado llorando, tuvo que detenerse en el rellano y oprimirse con las dos manos el corazón.

Luego, terminada la función, aparecían Charito y Lucía. Se despedían de Julio en un rellano de la escalera, para que Raquel y Fernando, que las esperaban abajo, no descubrieran el secreto de aquella singular decisión de preferir la cazuela a la brillante sala iluminada. Al día siguiente, si la mañana era templada, iban al paseo de Palermo.

Llegamos al piso segundo, en cuyo rellano nos aguardaba un tercero en discordia, y cerca del umbral de la puerta una señora de mediana edad, vestida con sencillez y gusto. Nos explicamos en pocas palabras, entramos en un elegantísimo salon, y antes de tres segundos, teniamos delante un chal como el que habiamos visto en el escaparate.

Sólo uno de los porteros con kepis que montan la guardia en el rellano de la escalinata había adivinado algo; pero su experiencia profesional le aconsejó permanecer impasible mientras no hubiese golpes. Creyó en una simple disputa por cosas del juego. Todo iba á arreglarse con una explicación y á olvidarse después con una ganancia. ¡Había visto tanto!...