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Pocos días después del Corpus, una mañana don Antolín fue en busca de Gabriel. El Vara de plata sonreía a Luna, hablándole con aire protector. Había pensado en él toda la noche. Le dolía verle inactivo, paseando por el claustro. La falta de ocupación era lo que le inspiraba aquellas ideas tan perversas.

Y yo sabía que «estar sola» quería decir entonces que se quitara de allí Guzmán; y sabía lo que dolía eso, porque lo había padecido yo pocas horas antes; y por saberlo, me complacía, me gozaba en las torturas de él; porque yo no podía dudar, ni toda su fortaleza alcanzaba a disimularlo, que las repugnancias de Luz le estaban hiriendo en lo más vivo, en lo único sensible que le quedaba bajo su corteza mundana y empedernida.

Dirá que yo le abandono y le dejo andar hecho un pordiosero. ¡Es una vergüensaSi se quedaba en casa y jugaba con los criados, la señora se ponía furiosa, le dolía la cabeza, hablaba de la bajeza de sentimientos que el muchacho revelaba, allanándose a estar siempre entre la servidumbre, e increpaba duramente al brigadier porque no sabía educar a su hijo.

Me dolía ya la cabeza... Al buen periodista nunca le debe doler la cabeza... ¡Oh, qué placer el de ser redactor! Dejémonos de fárrago, yo no sirvo para él. Vaya un artículo profundo; ojeo el Say y el Smith; de economía política será. Grande artículo me dice el editor, pero, amigo Fígaro, no vuelva usted a hacer otro. ¿Por qué?

«¡La muerte! pensaba yo, mientras Mauricio silbaba entre dientes un canto melancólico. ¡La muerte! Voy a verla llegar... acaso ha llegado a esta hora.... ¡Nunca creí que los míos, los que yo amaba, pudieran morir!».... Me dolía el corazón, y mi pensamiento iba de una cosa a otra sin detenerse en ninguna.

-Así había de ser -dijo Sancho-, pero cuando a me manteaban como a miembro, se estaba mi cabeza detrás de las bardas, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno; y, pues los miembros están obligados a dolerse del mal de la cabeza, había de estar obligada ella a dolerse dellos. ¿Querrás decir agora, Sancho -respondió don Quijote-, que no me dolía yo cuando a ti te manteaban?

Se pusieron en marcha de nuevo. Rosa protestaba a cada paso de aquel cambio tan extravagante; se dolía, con frases que revelaban sincera pena, de que Andrés fuese de aquel modo indecoroso, exponiéndose a coger una enfermedad. Pero éste reía y marchaba dando brincos para convencerla de la fortaleza de sus pies, vestidos solamente de un fino calcetín. Al fin ella calló.

Dormía bien, comía bien, no le dolía nada; pero aquella vida se escapaba en efluvios invisibles y constantes, en lenta y pavorosa consunción. Su esposa hizo venir un médico, luego otro y otro. Todos dijeron lo mismo. Era necesario salir, distraerse, cultivar el trato de la gente. Precisamente las únicas medicinas que el conde estaba resuelto a no tomar.

Cuando terminó aquel estado y cobró el conocimiento, hallose tendido boca abajo en el suelo del oscuro desván. Puso atención a los ruidos de abajo y le pareció que se alejaban. Arrastrándose trató de subir al tejado y salió al fin aunque con dificultades, porque le dolía una rodilla y movía muy mal el brazo derecho.

Lucía se apretaba el corazón con las manos, se hincaba las uñas en el pecho.... Uno de los golpes recibidos le dolía mucho; era en la clavícula, y parecíale como si tuviese allí un tornillo que le retorciera los músculos para que estallasen.