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Esta supuesta maternidad hizo enrojecer débilmente a doña Juana y aumentó la dura brillantez de sus ojos. ¡Ay, la memoria con sus penosas evocaciones!... ¿Y es de de quien esperas tu salvación? dijo lentamente «la Papisa», con una voz que silbaba entre los dientes, separados y amarillentos, pero todavía fuertes . Pierdes el tiempo, Jaime. Yo soy pobre... no tengo casi nada.

Un nombre infame silbaba en sus oidos pero se hacía la sorda y continuaba su camino. No obstante, cuando vió el convento, se detuvo y empezó á temblar. ¡Volvamos al barrio, volvamos! suplicó deteniendo á su compañera. Hermana Balî tuvo que cogerla del brazo y medio arrastrarla, tranquilizándola y hablándola de libros de frailes.

Tan pronto como ellos desaparecieron, Narcisa empezó a trastear con bruscos ademanes; quitaba y ponía sillas de un lado a otro, empujaba a puntapiés el equipaje de su hermano, y silbaba unas amargas murmuraciones. Ya tenemos en casa el viril; ya está aquí el oráculo; se completó la sección de estorbos.... Entre chiquillas de la calle y señoritos guapos vamos a estar divertidos....

Y silbaba la rama y caía sobre una espalda cualquiera, la más próxima, á veces sobre un rostro, dejando una marca primero blanca, roja despues, y más tarde sucia gracias al polvo del camino. ¡Adelante, cobardes! gritaba á veces en español ahuecando mucho la voz. ¡Cobardes! repetían los ecos del monte.

El viento silbaba en bocanadas furiosas sobre la noche y el mar negros, y se oía el ruido de las olas azotando la pared del muelle. En la taberna, Martín, Bautista, Capistun y un hombre viejo, a quien llamaban Ospitalech, hablaban; hablaban de la guerra carlista, que seguía como una enfermedad crónica sin resolverse. La guerra acaba dijo Martín. ¿ crees? preguntó el viejo Ospitalech.

Los ocho asientos del mullido coche se completaban con un Inglés y una pareja francesa. El Inglés, especie de tonel de dimensiones colosales, roncaba y silbaba como la locomotiva, entregado al mas profundo sueño. Parecia que el movimiento del tren, lejos de incomodarle para dormir, le diese con su andar rápido y vibrante una especie de dulce vaiven.

«¡La muerte! pensaba yo, mientras Mauricio silbaba entre dientes un canto melancólico. ¡La muerte! Voy a verla llegar... acaso ha llegado a esta hora.... ¡Nunca creí que los míos, los que yo amaba, pudieran morir!».... Me dolía el corazón, y mi pensamiento iba de una cosa a otra sin detenerse en ninguna.

Quisieron mis hados, o por mejor decir, mis pecados, que una noche que estaba durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de manera y tal postura, que el aire y resoplo que yo durmiendo echaba salía por lo hueco de la llave, que de cañuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó y creyó, sin duda, ser el silbo de la culebra, y cierto lo debía parescer.

El coronel también se fué, y el príncipe pasó el resto de la tarde conversando con Novoa, paseando por sus jardines, viendo la puesta del sol, y finalmente leyendo en el hall, al pie de una lámpara que extendía su enorme pantalla rosa sobre una alta columna. Castro llegó solo, mucho antes de la hora de la comida. Estaba triste; silbaba, y su sonrisa era un rictus hostil. ¡Mala tarde!

El viento nos silbaba en las orejas, gotas de lluvia nos azotaban el rostro. Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si ya no fueran a separarse nunca. Pero, en esto, el viejo, que ha cambiado de idea, llega ruidosamente, y detrás de él los criados, a quienes ha dado el alerta, con lámparas y bujías. Se echa sobre Yolanda y le frota las mejillas con sus mostachos.