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Son unos antiguos amigos dijo doña Manuela a «la magistrada» . Buenas gentes, pero ordinarias. Nos están agradecidos: a él le protegió mucho mi primer marido. Cuando la familia dio por terminada su visita, doña Manuela y las niñas fueron hasta el rellano de la escalera, para cambiar allí los últimos besos. Crea que me dan un disgusto no quedándose a comer.

Una mortificación más. ¡Todo sea por Dios!... Y entraron en el castillete, convertido interiormente en capilla. Allí hacían las señoras sus ejercicios no pudiendo entrar en el monasterio. Subieron la escalera, adornada con imágenes en cada rellano, y entraron en la antigua cámara, transformada en capilla. Lo primero que llamaba la atención del visitante era la escasa elevación del techo.

Por las noches, abandonando a su amigo Rafael, asistía a la tertulia de las de Pajares; y no contento con las largas conversaciones que allí sostenía con su novia, todavía por las mañanas, a la hora en que Amparo estaba en el tocador, las criadas en el Mercado y la mamá en la cama, subía la escalera, y en el rellano, ante la puerta entreabierta de la habitación, hablaba más de una hora con Conchita, hasta que se levantaba doña Manuela y comenzaba el movimiento de la casa.

Al abrir la puerta del rellano que correspondía á su alojamiento, vió en varias ocasiones la mampara verde de la oficina cerrándose detrás de muchos hombres, todos ellos de aspecto germánico: viajeros que venían á embarcarse en Nápoles con cierta precipitación, vecinos de la ciudad que recibían órdenes de la doctora. Esta se mostró más preocupada que de costumbre.

A la tercera llegué hasta el rellano de su propio piso, pero me quedé delante de su puerta, sin atreverme a llamar. Me pasaba a lo mismo que a Querubín: No me atrevía a atreverme. Pero a la cuarta noche, juré acabar de una vez y no ser por más tiempo tan necio y tan cobarde.

Algo delante elévase una colosal estatua, una Bavaria de noventa y dos pies de altura, erguida sobre el último rellano de una de esas grandes escalinatas tan melancólicas que ascienden al descubierto entre el verde follaje de los jardines públicos.

Guárdese los consejos para cuando los pida. Buenos días. Al subir la escalera vio en el primer rellano en la penumbra de la casa cerrada, sin otra luz que la de las rendijas de las ventanas, a su madre, erguida, ceñuda, tempestuosa, como una imagen de la justicia. Pero Rafael no vaciló.

Los trajes blancos, los cuellos flojos, las gorras de viaje, los zapatos de lona, no aparecían esta mañana. Isidro se encontró en un rellano de la escalera con el doctor Zurita, que marchaba cual un pastor majestuoso, respetado y jamás obedecido, tras el rebaño femenil de su familia: señora, cuñadas, suegra e hijas.

Fué á gritar avisando su presencia, pero se contuvo, sintiendo un deseo que le hizo sonreir. ¡Si la sorprendiese en aquel piso superior, única parte de la casa que habitaba ella ahora! No dudó más... ¡Arriba! En el primer rellano vió varias puertas, pero una sola estaba sin cerrar y por ella salían los ecos de la canción y los golpes.