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Y, diciendo y haciendo, se entraron los dos, uno tras otro; pasando un zaguán, donde estaban algunos de los convalecientes pidiendo limosna para los que estaban furiosos, llegaron a un patio cuadrado, cercado de celdas pequeñas por arriba y por abajo, que cada una dellas ocupaba un personaje de los susodichos.

La casa era de estas bajas, trazada según el patrón antiguo, que la piqueta del progreso va ahuyentando del centro de la ciudad: una puerta y dos ventanas a la calle; el zaguán recto hasta el fondo, cortado por dos patios embaldosados y el comedor abriendo sus puertas sobre ambos; y a la derecha, cuatro o seis habitaciones en fila; plantas y aljibe en el primer patio, la escalerilla de las piezas altas en el segundo, cuyo maderamen pintado de verde se ve desde la calle.

El corazón se le había oprimido tanto, tanto, que no podía respirar; fué a la puerta del patio interior y miró a ver si había luz en el cuarto de Quilito, y estuvo mucho tiempo, con la frente sobre el vidrio helado, en la otra que caía al patio principal, y de donde podía verse el zaguán y la calle: las seis, las seis y media, las seis y tres cuartos... ¿Qué hora tienes, Pablo?

Con mucho gusto... si no fuera tan tarde... debía estar a las ocho en palacio... y van a dar las ocho y media... no puedo detenerme... salúdele usted de mi parte. Como usted quiera. Además, estará abismado en sus trabajos... no quiero distraerle... saldré por aquí... Buenas noches, señora, muy buenas noches. Disimulan volvió a pensar Petra, mientras abría la puerta que conducía al zaguán.

Fue la emoción visible en el rostro del viejo; y aun no había desaparecido del zaguán, de brazo del de la buena barba, cuando Lucía, demudado el rostro y temblándole en las pestañas las lágrimas, estaba en pie, erguida con singular firmeza, junto a la verja dorada, y decía, clavando en Juan sus dos ojos imperiosos y negros: Juan, ¿por qué no habías venido?

A la luz de un turbio farol que ardía en aquel lugar, que era el zaguán de la puerta de las Meninas, se vió á doña Clara envolverse completamente en su manto, y al bufón rebujarse en su capilla. El suizo, que alabarda al brazo paseaba en el zaguán, se detuvo un momento, y al desaparecer, lanzándose en la calle, doña Clara y el bufón volvió á su paseo. Llevadme donde están dijo doña Clara.

Entré, y por un rato halleme desorientado en la profunda oscuridad del zaguán; pero a tientas y cuidadosamente pude llegar al patio, donde la claridad del cielo que por la cubierta de vidrios entraba, me permitió marchar con pie más seguro. Abriendo la segunda puerta que daba paso a la escalera, subí muy despacio asido al barandal.

Grande, espaciosa, con dos pisos entresuelos provistos de elegantes rejas, parecía un colegio en las primeras horas de la mañana y un pandemonium de las diez en adelante. Durante las horas de recreacion de los pupilos, desde que se entra en el espacioso zaguan hasta que se llega al piso principal, bullen la risa, la algazara, y el movimiento.

Seguiré vengándome de lo que el mundo me hace sufrir, obligando al mundo á que se ría, como un necio, de mismo. Llegaba entonces al alcázar y entróse resueltamente en él, con la frente descubierta y alta, como quien no tiene por qué temer. Sin embargo, reparó en que en el zaguán de la puerta de las Meninas, por donde se había metido en el alcázar, había dos alguaciles de corte.

Pero, no había dado un paso en el patio, cuando alguien llamó a la puerta, y luego a la reja, con tal apresuramiento, que daba a entender la prisa que se traía. ¡Quilito! ¡Quilito! gritó la tía, corriendo desaforada al zaguán, en la esperanza que fuera el querido niño... No, no era Quilito: era un hombre alto, con muchas barbas, era Agapo.