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Al fin quiere Dios que columbren el invernal, que les queden fuerzas bastantes para llegar a él, que lleguen vivos y que encuentren adentro lo que van buscando. El hombre está allí, pero a punto de morir de hambre y de frío y de desconsuelo. Mientras unos le confortan un poco con bebidas y con palabras, otros encienden una fogata que le vuelve el calor, que también les faltaba a todos.

Le veía igual en todo tiempo, con su levita forrada de seda roja, que parecía siempre la misma y era renovada, sin embargo, cada seis meses. Las estaciones no traían otra mudanza que el convertir el invernal chaleco de terciopelo en otro de seda bordada. Cifraba su principal orgullo en la ropa blanca y en los libros.

Encima del mesmu rejoyón del Salgueru: a hora y media de aquí. Bien; pero... de paso. ¡Quiá! no, señor: encuevándose. Conque... encuevándose... Y ¿quién le ha visto? Chorcus, esta mañana, viniendo del invernal de Picachus. ¿Está bien seguro de haberle visto?

Y lo peor del cuento es que está «él» ausente y no vendrá hasta la hora de comer, más que menos... Anda en el invernal amañando un morio que se quebrantó el otro mes; y como en teniendo obra entre manos no acierta a perderla de vista... ¡Pues no lo sentirá poco cuando lo sepa!... ¡Hija, qué casualidá!

Tampoco tenía duda para mis acompañantes que el animalote aquél debía haberse dado, durante el temporal, la gran vida en su refugio, porque harto lo parlaban el esqueleto fresco y casi mondo de una yegua, visto por Pepazos en una «rejoyá» de las cercanías de la cueva, y una becerruca extraviada de la cabaña, al ir al abrevadero desde el invernal de Escajales, que no había vuelto a aparecer.

Las tiendas de objetos de lujo iban cerrándose unas tras otras, y dueños y surtido tomaban el rumbo de Niza, Cannes o cualquiera estación invernal semejante. Algunas quedaban rezagadas todavía, y sus escaparates servían de entretenimiento a Lucía y Pilar, cuando esta última salía a sus despaciosos paseos.

Los caballos, al ver de lejos al enemigo y husmearle, alzáronse de manos y comenzaron a dar botes, relinchando bajo la firme diestra de los jinetes. En el centro del cerrado agrupábanse los toros. Unos pastaban mansamente o estaban inmóviles sobre la verdura un tanto rojiza del prado invernal, con las patas encogidas y el hocico bajo.

El hielo desempeña un papel de escasa importancia en la historia invernal del arroyo de nuestra comarca; el verdadero aspecto del curso líquido proviene, pues, de la nieve que cubre los montes y la llanura.

Todas estaban unidas por el parentesco después de luengos siglos de casamientos, sin rebasar los límites de la raza, y sólo se veían una vez al año, al encontrarse en las ferias, volviendo después a emprender su regreso por distintos caminos, en busca del retiro invernal. Maltrana se enteraba por el esquilador de la interesante geografía de los gitanos. Toledo era Toledate, y Córdoba, Cordobate.

Subía enero su cuesta invernal, desbordado en inclemencias, con los vientos desmelenados y las aguas roncas y turbias, borbollantes, fuera de sus cauces rotos... Subía, espantoso y fiero, con una nube torva en la frente y las recias abarcas chocleando sobre los lodazales del camino.