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Al día siguiente Ferraz, el magistrado alegre, encontró a Nepomuceno en la calle, y le dijo: ¿Van ustedes a tener algún pleito? ¿Cómo pleito? ¿Con quién? Lo digo porque todas las tardes veo a Bonifacio echar grandes párrafos en La Oliva con el Papiniano de la quintana, con Cernuda el joven. ¡Hola! ¿Con que esas tenemos? pensó don Nepo; pero se guardó de decirlo.

«¡Se muere uno solo, completamente solo, los demás se quedan muy satisfechos en el mundo; ni por cumplido se ofrecen a morirse también!». Bonifacio, Sebastián, que tanto la había querido, según él decía, el tío Nepomuceno, todos se quedaban por acá, nadie hacía nada para ayudarla a no morir, nadie decía: «Pues ea, yo te acompaño». Emma era una atea perfecta.

Y el cura metió una mano en el bolsillo interior de su larga y mugrienta levita de alpaca, y sacó de aquella cueva que olía a tabaco, entre migas de pan y colillas de cigarros, un cucurucho que debía de contener onzas de oro. Bonifacio se puso en pie, y sin darse cuenta de lo que hacía, alargó la mano hacia el cucurucho.

A Bonifacio aquel día con las glorias se le fueron las memorias; entregó cinco mil reales a Mochi, guardó los mil restantes con el presentimiento de no sabía qué gastos extraordinarios que tendrían que sobrevenir, y se dejó asfixiar moralmente, como él decía luego, por el incienso con que el tenor le pagó, por lo pronto, su generosidad caballeresca.

Vamos, amigo Fuentes repuso la graciosa morena dirigiendo una mirada insinuante a Castro, porqué se le había metido en la cabeza arrancársele a Clementina ¿me quiere usted tomar el pelo? ¡Tomaj el pelo!... ¿Qué es que tomaj el pelo? preguntó la baronesa de Rag a Osorio. A esta baronesa la estaba desvistiendo con la imaginación Bonifacio, contemplándola desde lejos sin pestañear.

Bonifacio en aquel estado no era responsable de sus dichos ni de sus hechos; y así, no se le pudo llamar traidor al pan que comía, aunque habló de Emma, la llamó por su nombre y tuvo que quejarse de la vida que semejante mujer le daba; y aun aturdido y todo, medio loco, no maltrató a su cónyuge; refirió los hechos tal como eran, pero los comentarios fueron favorables a Emma; Serafina pudo oír que aquella señora tenía gran talento, imaginación, un carácter enérgico de hombre superior; hubiera sido un gran caudillo, un dictador; pero la suerte quiso que no tuviese a quien dictar nada, a no ser a él, al pobre escribiente de D. Diego Valcárcel.

En cuanto al segundo préstamo, Bonifacio tuvo que confesarse a mismo que lo había tomado por un escopetazo, y que este era el apelativo que le había aplicado en sus adentros.

Es verdad dijo Bonis . La pasión no conduce a nada nunca, nunca.... Justamente prosiguió el alemán . Y fácil les será a ustedes ver que aquí, en rigor, no hay nada.... Ni Bonifacio desconfía del tío, ni el tío de Bonifacio, ni nadie pone en tela de juicio su legítimo derecho. Cada cual tiene los suyos objetó Nepo.

Ocuparon más adelante el primer lugar en el tierno corazón de la hija de D. Bonifacio Arnaiz y en sus sueños inocentes, otras preciosidades que la mamá solía mostrarle de vez en cuando, previa amonestación de no tocarlos; objetos labrados en marfil y que debían de ser los juguetes con que los ángeles se divertían en el Cielo.

El cura se sonrió y entregó el paquete sin extrañar aquel movimiento involuntario del marido de la doña Emma, que recibía onzas de oro sin saber por qué se le daban. Mas Bonifacio volvió en y exclamó: Pero ¿a santo de qué me trae usted... esto?... Son siete mil reales.... ¿Pero de qué? Yo no soy... quien....