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Sin ruido, sin ruido se puede discutir todo dijo don Nepo, que quería hacer hablar al imbécil para ver por dónde desembuchaba y qué leyes le había metido en la cabeza el abogadillo flamante. Sin ruido y sin apasionamiento se atrevió a apuntar el respetable y mofletudo Körner, que se creía en el caso de intervenir en sentido conciliador.

D. Nepo se decía ella a solas, sonriendo con malicia , róbeme usted, róbeme, que yo tampoco me descuido.

Leía Derecho civil, leía un Código de comercio que tenía por apéndice un tratado de teneduría de libros; consultaba con Cernuda el joven, elocuente abogado y... nada más. El tío se preparaba sin duda. Esperaba una acometida. ¡Oh! ¡Bien sabía Bonis que Nepo tendría armas con que defenderse!

Marta oía a Nepo con más placer que si le fuera recitando la primavera temprana de Goëthe. ¿De modo... que ellos van a arruinarse? ; ya no tiene remedio. La culpa es suya. Suya.... Empezó él... siguió ella... después los dos...; después todo el mundo.... Usted lo ha visto: aquella casa es un hospicio; los cómicos nos han comido un mayorazgo..., y como la fábrica va mal....

Y en voz alta, echando a broma el aviso, que en realidad le había alarmado, dijo: Pensará hacerse abogado y estará dando lección con Cernuda. Amigo, ahora que va a ser padre, quiere ser un sabio; estudia mucho. Los dos rieron la gracia, y sobre todo la malicia. Pero a don Nepo otra le quedaba. Lo de Cernuda era grave. Había que vivir prevenido.

Pues entonces, las pagaba todas juntas. Porque además Emma se reservaba el derecho de vengarse de los antiguos despojos que había tolerado antes, sacándole a relucir sus trampas a D. Nepo, justamente en aquellos días de sus desgracias conyugales... ¡Qué risa! ¡Qué oportunidad para ponerle en un apuro!

Para soñar, para sentir, para imaginarse tiempos remotos, a su manera; para pensar a sus anchas, en la soledad, libre de Lobato, y Nepo y Sebastián, en los Reyes que habían sido, y en los que eran, y en los que habían de ser.

Al día siguiente Ferraz, el magistrado alegre, encontró a Nepomuceno en la calle, y le dijo: ¿Van ustedes a tener algún pleito? ¿Cómo pleito? ¿Con quién? Lo digo porque todas las tardes veo a Bonifacio echar grandes párrafos en La Oliva con el Papiniano de la quintana, con Cernuda el joven. ¡Hola! ¿Con que esas tenemos? pensó don Nepo; pero se guardó de decirlo.

Ciertamente; y no hay para qué hablar de eso ahora, cuando en último caso no había de faltar quien nos dijera a cada cual el papel que le tocaba representar. Bonis volvió a crecerse. La alusión a la justicia era clara. Don Nepo sintió una ola de cólera subirle al rostro. Y recurrió a su venganza suprema. A contenerse y jurarse que se la pagaría el miserable.

Pero ya se sabía que un diligente padre de familia tiene que ser un héroe. Empezaban los sacrificios, y bien que dolían; pero adelante. La seriedad de la nueva lucha se conocía en eso, en el dolor. Todos miraron a Bonis, y después a don Nepo, que era el llamado a contestar. Don Juan, que era sumamente moroso y tranquilo, había cambiado mucho con las enseñanzas y excitaciones de Marta.