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Por consiguiente, salta el dictador, un hombre que trae una macana muy grande, y cuando empieza a funcionar la macana, todos la bendicen. O hay lógica o no hay lógica. Vino, pues, Napoleón Bonaparte, y empezó a meter en cintura a aquella gente. Y que lo hizo muy bien, y yo le aplaudo, señor, yo le aplaudo».

A culatazos bajaba la escalinata el rosario de prisioneros, y el dictador los colgaba sin piedad de los árboles de Recoletos, con un cartelón en el pecho: «Por traidores a la cultura y fomentadores de la barbarie pública...» Sin salir del edificio, se daba una vueltecita por los salones del Arte Moderno y entraba a saco en este hospital de monstruos, horrendo almacén de fealdades y ñoñerías históricas.

Soria, que tuvo la desgracia de caer en poder del Dictador del Paraguay en donde permaneció por espacio de cinco años. El informe que publicó al salir de su cautiverio, se funda en los pocos recuerdos que le quedaban de este viage, por haber sido despojado de sus papeles: la misma suerte cupo al Sr. Descalzi que lo acompañaba en clase de piloto.

Rafaela acababa de saber, con no pequeño sobresalto, que el dictador Juan Manuel Rosas, al frente de sus parciales, había presentado la batalla en Monte Casero a los coligados que habían acudido para despojarle de la dictadura. La derrota del dictador había sido completa. Disfrazado de gaucho, se había refugiado en el barco de vapor inglés Locusta y navegaba ya con rumbo a Inglaterra.

El rey de Elve, dicen los hermanos Lardner, llevaba un surtú español de paño colorado y pantalones del mismo color. Recuerdo que los presentes que el Gobierno de Chile manda los caciques de Arauco, consisten en mantas y ropas coloradas, porque este color agrada mucho a los salvajes. La capa de los emperadores romanos que representaban al dictador, era de púrpura, esto es, colorada.

El Brasil, más enemigo cada día del dictador Rosas, conspiró contra su poder, hizo un tratado secreto con la República Oriental del Uruguay, se concertó con el general Justo José Urquiza, gobernador de Entreríos, y suministró toda clase de recursos para el levantamiento contra el tirano. El representante diplomático de Rosas en Río de Janeiro pidió entonces sus pasaportes.

Por esto me atrevo a asegurar que con nadie anheló más fervorosamente ejercer su eficaz magisterio que con el ilustre Pedro Lobo, Ayudante de campo de Juan Manuel Rosas, dictador de la República Argentina.

El dictador, además, si ha de valer para fundar algo, ha de ser el instrumento, el apoderado de una gran parte de la nación, cuyos mandatos ha de cumplir con la fuerza que la misma nación pone en sus manos para que los cumpla.

Sintió escalofríos y ondas de mareo que subían al cerebro; se apoyó en el frío estuco, y cayó sin sentido sobre la colcha de damasco rojo. A pesar de la prohibición de don Víctor, vino el retroceso, recayó la enferma, y se volvió a los sustos, a los apuros, a las noches en vela; el médico volvió a ser un oráculo, los pormenores de alcoba negocios arduos, el reloj un dictador lacónico.

Después, el abuelo se disfrazó de gaucho, sin serlo, para dar gusto al dictador Rosas, y tomó su mate teniendo por sillón un cráneo de caballo. Otro abuelo copió a los románticos franceses en su traje, su peinado y su énfasis, peleando en los muros de Montevideo contra el tirano y disparándole odas y folletos en los momentos de reposo.