United States or Benin ? Vote for the TOP Country of the Week !


La señorita de Sardonne pasó por este sacrificio, y al abrazarla, la baronesa, cuyo sistema nervioso venía estando en insoportable tensión, rompió en llanto; fue para ella un alivio. ¿Sabes preguntó a Beatriz a través de sus sollozos cuánto gana por año? No le he preguntado, señora. Estos pintores, cuando llegan a adquirir fama, ganan lo que quieren... Serás rica, hija mía... ¡Esa es la verdad!

Llega al número 206 de la calle de Richelieu: es una casa que parece habitada por comerciantes; pregunta al portero: «¿Hace el favor de decirme dónde vive la señora baronesa de BoelEl portero le mira de un modo extraño: «En el primero, pasado el entresuelo; hay una placaEn efecto; en el primero de la derecha, una puerta se adorna con una gran placa de cobre, cubierta en sus cuatro picos de arabescos multicolores; en el centro se lee esta sola palabra: Boel.

Llegados al puente, miró el arquero fijamente al noble capitán, saludó á la baronesa con una inclinación respetuosa y dijo: Perdonad, señor barón, pero á pesar de los años transcurridos os he reconocido al momento, y eso que hasta hoy no os había visto vistiendo terciopelo, sino yelmo y coselete.

Del Magistral se apoderó el Marqués que le llevó al salón donde estaban la Marquesa, la gobernadora civil, la Baronesa y su hija mayor, que no quería correr con aquellos locos; el Barón, Ripamilán, Bermúdez, que tampoco quería correr, Benítez el médico de Anita, y otros vetustenses ilustres.

Beatriz sentía cual cosa evidente que el temeroso suceso estaba a punto de realizarse: todo lo presagiaba: la baronesa, como ella misma decía a su lectriz, jugaba esta vez su última carta, y el joven marqués se prestaba al juego con toda buena voluntad, que el final resultado no podía ser dudoso.

¡Tomo nota de ello! díjole la vizcondesa apretando la mano de Pierrepont, y le dio entonces detalles de las amenazas de que Beatriz había sido víctima por parte de la muerta baronesa, no habiendo ya razón para ocultarle esos particulares que Pedro demostraba avidez en conocer. El movimiento de los espectadores de la sala les dio a entender que un acto terminaba.

Hacía días que había comprado entre otras fotografías obscenas la de una mujer desnuda meciéndose en una hamaca. Se le antojaba que la baronesa se parecía mucho a aquella mujer, y trataba de averiguar, por medio de un prolijo examen exterior, si interiormente guardaría la misma semejanza.

Hacia el mediodía del domingo siguiente, abandonó a los huéspedes de su tía, quienes tenían concertada una partida de pesca, para después del almuerzo, y se fue a la estación inmediatamente con el fin de esperar a su amigo y presentarlo a la baronesa.

Dejadla pasar ordenó el magistrado, a quien la Baronesa explicaba que, sirvienta de la Condesa durante muchos años, esa mujer había gozado de toda su confianza.

¡Tía! exclamó Pierrepont con acento de sentido reproche. ¡Bien!, te ofendo... tienes razón... estas decepciones me ponen de mal humor... ya hablaremos de nuevo... ¡ahora vete! Y Pierrepont se retiró, besando antes a la baronesa en las dos manos.