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»En una ocasión volví la cabeza para buscar con la mirada a su padre, y a través del follaje le vi sentado en el mismo sillón de Magdalena y besando las flores que ella había besado también momentos antes.

Amaury se acercó a ella, y besando sus cabellos le dijo en voz muy baja: Te prometo volver en seguida. El doctor había pensado que tenían que fijar las condiciones del contrato. Conocía él muy bien la fortuna de Amaury, casi doblada por su integérrima administración; pero el joven no tenía la menor idea de la cuantía de la de su suegro, que, dicho sea de paso, casi igualaba a la suya.

Dejaron entrar el día y que los bajeles se alargasen, y que los atajadores tuviesen lugar de asegurar la costa, y entonces bajaron de la torre y abrieron la iglesia, donde entró Rafala, bañado con alegres lágrimas el rostro, y acrecentando con su sobresalto su hermosura, hizo oración a las imágenes y luego se abrazó con su tío, besando primero las manos al cura.

¡Este Rafael! decía a su consejero con aquella confianza que le había hecho relatar más de una vez las tristezas de la intimidad con su esposo. ¡Qué pillo es! ¡De seguro que la estará besando! Déjelos usted, doña Bernarda. Cuanto más se meta en harina, menos peligro de que vuelva a la otra. ¿Volver?... No había cuidado.

Saludó á los hombres con un movimiento de cabeza ceremonioso y protector, besando después la mano á Elena. Yo también, marquesa, siento ahora la necesidad de vestirme cuando llega la noche, lo mismo que en otros tiempos. Agradecida la Torrebianca á este homenaje, volvió la espalda á Moreno y ofreció una silla al recién llegado, junto á ella.

El marido, que arrastraba mucho el pie izquierdo y parecía también imposibilitado del brazo correspondiente, se apoyaba en el de su esposa. Esta era alta, rubia, corpulenta y sus ojos abiertos, inmóviles, mostraban que estaba ciega. Ninguno de los dos pasaría de treinta años. ¡Pero qué sorpresa! dijo Elena besando con efusión a la ciega y estrechando la mano sana del paralítico.

Los niños avanzaron hacia él, y tomándole una mano se la fueron besando sucesivamente. Después el aya, que venía detrás, quiso hacer lo mismo, pero el clérigo la retiró velozmente y con sorpresa. El conde le abrazó respetuosa pero afectuosísimamente. ¡Vaya si valen los lugareños, y vaya si se les quiere también por allá!

¡Tía! exclamó Pierrepont con acento de sentido reproche. ¡Bien!, te ofendo... tienes razón... estas decepciones me ponen de mal humor... ya hablaremos de nuevo... ¡ahora vete! Y Pierrepont se retiró, besando antes a la baronesa en las dos manos.

Por Romualda, a quien hallamos una mañana subiendo casi a gatas la empinada escalera de una casa de la calle de la Ruda, supimos que López llevaba con poca resignación su desgracia. Romualda subió tanto y tanto, que una noche la hallaron detenida en el peldaño octogésimo. Estaba prosternada, como besando la escalera. Tanto subió que sin pensarlo había llegado al cielo. López fue al hospital.

Después de la tarde en que la tuvo entre sus brazos, secando sus lágrimas, conteniendo las contorsiones de su desesperación, besando su frente con un dolor fraternal, la verja de Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. «Ven mañana», gimió Alicia al despedirle.