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La voz del viejo rústico seguía acosándole con su socarrona filosofía. ¿Por qué ha de tomarse su mercé esos fríos y calores por lo que les pasa a los pobres, don Fernando? Déjelos: si ellos están contentos, su mercé también. Además, todos estamos escarmentaos. Con los de arriba no se puede.

Y el general, que se las echaba de ingenioso, contestó, levantando los hombros: Déjelos. No es necesario que hagan más. La artillería sólo sirve para asustar pendejos. Después de estas batallas, cuando quedábamos vencedores por haber podido hacer fuego media hora más que los otros, venían los comentarios y las explicaciones del triunfo. Aquí entraba yo como estratega.

Mi asombro, pues, fue grande cuando ayer, en el momento en que me disponía a acompañar a Lacante y a su hija, la vi acercarse a y decirme muy bajo, poniéndome la mano en el brazo: Déjelos usted marcharse solos, una vez, por casualidad. ¿No he de tener yo nunca el favor de una conversación íntima? Reclamo mi parte del ingenio y de la amabilidad de usted. Sentémonos en este banco, si le parece.

Déjelos que digan; Dios está en lo alto y nos ve a todos. Lo ; pero esto no basta a tranquilizarme. tienes hijos, Tomasa, y conoces lo que es quererlos. No sólo nos hiere lo que se hace contra ellos, sino lo que se dice... ¡Qué días llevo de sufrimiento! De pequeño ya sabes que toda mi ilusión era llegar a lo que soy.

¡Qué?... ¿Los vas a echar, Melchor?... Déjelos, don Melchor dijo Baldomero, que duerman en la caballeriza... ¿qué mal pueden hacer?... ¡Llueve tan feo!... ¡Como han venido, que se vayan! No hagas eso, Melchor. ¡Pero! ¿qué es lo que hay? repitió Ricardo. Dos gringos, ché le contestó Melchor, dos bribones... que quieren pasar aquí la noche. ¿Y...? déjalos...

Este viejo representaba para él un resto del pasado. Podría asomarse de tarde en tarde á la cocina para hablar de los lejanos tiempos en que se vieron por primera vez. Y Caragòl se retiró, satisfecho de su éxito. En cuanto á esos franceses dijo antes de salir , déjelos á mi cargo. Deben ser buenas personas... Veremos qué dicen de mis arroces.

No, Baldomero, déjelos que se vayan respondió Melchor continuando en la tarea de vestirse, con la más extraordinaria tranquilidad de espíritu, ya no tienen nada que hacer aquí... vinieron a curarse... ya están curados... ahora se van... nada más lógico... vinieron enfermos y se van «sanitos»... vinieron descreídos... y usted les ha oído hablar de Dios contemplando las noches estrelladas, ¿se acuerda?... vinieron enfermos de cuerpo y alma... y se vuelven sanos... fuertes... con fe... ¡con todo!... sólo dejan aquí... lo que ya no sirve... lo que ya no necesitan... ¡al amigo de «antes»!... ¡déjelos que se vayan!... ¡así son todos! ¡todos!... ¡todos!... ¡igualitos!...

¡Este Rafael! decía a su consejero con aquella confianza que le había hecho relatar más de una vez las tristezas de la intimidad con su esposo. ¡Qué pillo es! ¡De seguro que la estará besando! Déjelos usted, doña Bernarda. Cuanto más se meta en harina, menos peligro de que vuelva a la otra. ¿Volver?... No había cuidado.

Vamos, no vale hablarse al oído dijo doña Paula con la susceptibilidad vidriosa que caracteriza a las mujeres del pueblo. Déjelos usted, señora replicó Nieves. Están hablando de : no hay que quitarles el gusto. Cierto; Pablo me hacía notar el color rojo de ciertos labios, la transparencia de cierto cutis, un pelo dorado a fuego...