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Después de la tarde en que la tuvo entre sus brazos, secando sus lágrimas, conteniendo las contorsiones de su desesperación, besando su frente con un dolor fraternal, la verja de Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. «Ven mañana», gimió Alicia al despedirle.

El palo seco era doña Camila. El encierro y el ayuno fueron sus disciplinas. Ana que jamás encontraba alegría, risas y besos en la vida, se dio a soñar todo eso desde los cuatro años. En el momento de perder la libertad se desesperaba, pero sus lágrimas se iban secando al fuego de la imaginación, que le caldeaba el cerebro y las mejillas.

Ella había visto de niña llorar á su madre en el lujoso departamento del hotel, mientras hablaba el padre con aspecto de iluminado, anunciando para la semana próxima una ganancia de un millón. La esposa, convencida por la facundia de su grande hombre, acababa secando sus lágrimas, empolvando su rostro y adornándose con sus perlas y sus blondas de problemático valor.

Venían hablando de comida y de jornal: Yo, viendo que ninguno se meneaba, me planté como un pino ante el maestro, e le dije que, con el salario que él nos daba no alcanzábamos a llenar la olla a los nuestros, e que con la sopa de torrezno y el vil mendrugo de hogaza que de él recebíamos, se nos iba secando la enjundia. ¿Qué os respondió? Respondió: malos monjes seríais vosotros, picaronazos.

Entonces el capitán abrió los brazos y el padre y la hija quedaron estrechamente enlazados. Así estuvieron largo rato llorando dulcemente en silencio. Al cabo don Félix se apartó y secando con su pañuelo las lágrimas de la joven y besándola repetidas veces en la mejilla, le dijo al oído: Que no turbe, hija mía, la alegría de este momento un pensamiento de dolor.

Al llegar aquí seríamos poco imparciales, pecando de sobrado olvidadizos, si no nos detuviéramos un momento á consagrar un recuerdo á uno de esos infatigables soldados de la fe, á uno de esos seres que hacen abnegación de su vida, consagrándola á la de los demás, secando la lágrima del que arrastra su existencia por el frío arenal de la desgracia, remediando todo mal y proporcionando todo bien; el sér á que nos referimos es el vicario foráneo, al par que director de la instrucción en Marianas, Fray Aniceto Ibáñez.

El chiquillo soltaba todos los registros de su voz y no había manera de acallarle. Agotó la madre todos sus medios y Encarnación los suyos, que eran cogerle en brazos y dar un paso adelante y otro atrás, como si bailara, tratando de persuadirle con amorosas palabras de que los niños deben estarse calladitos. «Paréceme dijo Fortunata con terror , que me estoy secando».

18 el cual, dondequiera que le toma, le despedaza; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que le echasen fuera, y no pudieron. 19 Y respondiendo él, le dijo: ¡Oh generación infiel! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tengo de sufrir?

Un plácido calor emergió de su estómago, secando la humedad de los ojos, dando nuevos colores á sus mejillas. Caragòl continuaba la charla, satisfecho del éxito de su obra, haciendo señas de alejamiento al sombrío Tòni, que pasaba y repasaba ante la puerta con el deseo vehemente de ver marcharse á la intrusa.

Tiene el chico en brazos, y cuando le hablan de amas o de que ella se está secando, le aprieta, le aprieta tanto contra , que me temo que en una de estas le ahogue. Todo sea por Dios... Entraré a ver a la fiera, y trataremos de amansarla.