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»Ahora su sueño es febril y agitado, pero siquiera duerme, pronunciando sin cesar el nombre de Amaury. »¡Oh! ¡Yo soy culpable de todo! ¿Por qué he permitido que bailara?... Y sin embargo, si otra vez me encontrase en iguales circunstancias volvería a proceder como esta noche lo he hecho.

He ahí por qué su salón, como he dicho más arriba, es uno de los cinco o seis salones de París en los que, sin haber juego, música, ni baile, se pasan de un modo grato las horas hasta bien entrada ya la madrugada. Cierto es que en las esquelas de invitación escribe de su puño y letra: Se conversará, como otros estampan: Se bailará.

El chiquillo soltaba todos los registros de su voz y no había manera de acallarle. Agotó la madre todos sus medios y Encarnación los suyos, que eran cogerle en brazos y dar un paso adelante y otro atrás, como si bailara, tratando de persuadirle con amorosas palabras de que los niños deben estarse calladitos. «Paréceme dijo Fortunata con terror , que me estoy secando».

En tal caso, no está muy conforme con la verdad todo aquello de que el viejo rabadán no puede ya con sus huesos, ni baila, ni corre, ni guerrea, ni es capaz de cazar lobos como el zagal. Con mi medio siglo encima, me apuesto á todo con el tal D. Carlitos. Todavía, si me pongo á bailar el bolero, estoy seguro de que he de bailarle mejor que cuando mi padre me hizo que le bailara á latigazos.

Esta pasará por delante de su casa cuyas conchas atestadas de castilas le mantendrán la vanidad, Concluída la procesión hará los honores de la casa, dará doscientas vueltas alrededor de la sala, ofrecerá sin cesar en bandejitas de cristal, pequeños bullos y secos tabacos, bailará y hasta hará vibrar en el arpa los recuerdos de alguna canción morisca ó evocará la triste historia de Atala, desfigurada por la sangrienta mano de algún joven filósofo.

Para una dueña de casa es un martirio que una señorita planche. Hablé a unos y otros; me ayudó también Jorge, mi marido, que recurría a su hermano Raúl, cuando ya no sabíamos a quién endosársela. Así logramos que bailara casi toda la noche.

Vamos, Velázquez, déjala interrumpió Pepe de Chiclana, avergonzado por haber sido causa de aquella disputa. ¡Déjala! ¡déjala! dijeron todos á un tiempo. He dicho que baila, y bailará profirió Velázquez alzándose de la silla en actitud soberbia y provocativa. Soledad se puso pálida; quedó un instante suspensa y dijo al cabo humildemente: Está bien; no te incomodes. Haré lo que tu quieras.

Pero el tabernero, cada vez más colérico, exclamó: ¡He dicho que bailará esta noche, y ha de bailar con los santos óleos puestos!... ¿No quieres tocar?... Pues tocaré yo. Y arrebatando á Paca la guitarra, comenzó á rasguearla diciendo imperiosamente: Á empezar. Soledad avanzó hasta el medio del cuarto y dió comienzo al baile. Estaba pálida.

Algunos bebedores, reconociendo a Melisa, llamaban a la niña para que les cantara y bailara, y la hubieran obligado a beber a no interponer el maestro su respetable autoridad. Otros, reconociéndole, les hicieron paso silenciosamente. Así transcurrió bastante tiempo.