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No habia en España en la época á que nos referimos abadías de las que se llamaron luego inmediatas á la Sede Apostólica por no reconocer mas superior que el Papa, y tener libertad plena en la eleccion de abad sin sujetarse á la jurisdiccion del obispo.

Hoy que llevo algunos años en Filipinas y que he pasado muchísimos días estudiándolo, comprendo cuánta razón tenía mi amigo. Entiéndase, que tanto aquel como yo, nos referimos al indio de campo, no al ilustrado de las ciudades. Para que no haya duda, voy á describir el tipo tomado del natural.

Referimos los objetos á diferentes puntos del espacio; los consideramos unos fuera de otros: decir que este instinto de referencia es una condicion de nuestro sujeto y de la experiencia sensible, es consignar un hecho estéril.

El Padre Ambrosio había ido por orden superior y en misión secreta a Roma. No importa a nuestra historia, ni sabríamos declarar aquí, aunque importase, cuál había sido el objeto de la misión del Padre Ambrosio. Baste saber que estuvo siete años en Roma, bajo el pontificado de León X, y que volvió a su convento de Sevilla el año de 1521 en que va a empezar la historia que aquí referimos.

Compárese esta lentitud á la rapidez con que el oido percibe todo linaje de sonidos en las combinaciones musicales, las infinitas inflexiones de la voz, el sinnúmero de articulaciones distintas, la infinidad de ruidos de todas especies que sin interrupcion sentimos y clasificamos, y referimos á sus objetos correspondientes.

Por el contrario, las demás sensaciones no ofrecen al sujeto sensitivo, ninguna forma; son simples afecciones del mismo sujeto, aunque procedan de una causa externa: si las referimos á los objetos es por reflexion; y cuando esta nos advierte que llevamos la referencia demasiado lejos, atribuyendo al objeto externo no solo el principio de causalidad sino tambien la sensacion en misma, fácilmente conocemos la ilusion y nos despojamos de ella.

Nos referimos aquí tan sólo á las fuentes primitivas que les suministraban sus primeros materiales, no siendo siempre posible averiguar el medio, en cuya virtud llegaban á su noticia. Comedias religiosas de Calderón. El Príncipe constante. El Josef de las mujeres. El mágico prodigioso. Las dos amantes del cielo. El purgatorio de San Patricio.

En la Crónica manuscrita del convento menciona también el P. Luis de Santa María la estancia de D. Juan de Austria en Yuste, y, además, la tradición cuenta algunas de sus travesuras de adolescente, como las que referimos al hablar de Quacos..... Por aquí íbamos en nuestra visita á Yuste, cuando principió á encapotarse el cielo.

Pero, como va insinuado, no nos referimos a estas planchadoras, sino a las otras, a las señoritas que, en sentido figurado, se aplica este mismo sustantivo, cuando en los bailes, fiestas y saraos, se ven relegadas o poco atendidas por los caballeros. Quedarse «planchando»... Nada aflige tanto a una muchacha, ni le da una impresión más completa de su poquedad, de su insignificancia en el mundo.

La tarde á que nos referimos era casualmente cierto lo que nuestro amigo Calleja, enterado oficial de la Fontana, contaba en uno de los grupos formados en la Carrera. Pues qué, ¿no saben ustedes? decía bajando la voz y haciendo unos gestos dignos del único espartano que, escapado en las Termópilas, llevó á Atenas la noticia de aquella catástrofe memorable. ¿No saben ustedes?