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Quelo un pez... gruñó el Pituso frotándose con mal humor los ojos. Mira le decía Rafaela , tu mamá te va a comprar un pez de dulce. Pae Pepe... repitió el chico llorando. ¿Quieres una pandereta?... , una pandereta grande, que suene mucho. Las tres hacían esfuerzos para acallarle, ofreciéndole cuanto había que ofrecer. Después de comprada la pandereta, el chico dijo que quería una naranja.

La mendiga trata de acallarle con el susurro de un canto, y, toda atenta, sigue las palabras del leproso, mientras saca por encima del justillo el otro pezón, para ofrecérselo al niño, que llora de hambre. Eh, meniño, eh!. Pra Santo Tomé.... ¿Teu pai quen foy? ¿Tua nay quen e?... ¡Eh, meniño, eh!... ¿Por qué no le retuerces el cuello a esa criatura, Paula? ¿No ves cómo llora?

El chiquillo soltaba todos los registros de su voz y no había manera de acallarle. Agotó la madre todos sus medios y Encarnación los suyos, que eran cogerle en brazos y dar un paso adelante y otro atrás, como si bailara, tratando de persuadirle con amorosas palabras de que los niños deben estarse calladitos. «Paréceme dijo Fortunata con terror , que me estoy secando».

Fuese con esto y volvióse desde la puerta a pedirme algo para el buen Diego García, el alguacil, que importaba acallarle con mordaza de plata y apuntóme no qué del relator, para ayuda de comerse cláusula entera. Dijo: -Un relator, señor, con arcar las cejas, levantar la voz, dar una patada para hacer atender al alcalde divertido, hacer una acción, destruye a un cristiano.