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Su venera, su espada, el joyel de la gorra, chispeaban en la penumbra. Al moverse dejaba oír rumores de metal y de seda. Seguro estoy dijo soberbio, increpando a su hermano, después de haber saludado al canónigo que reñíais a nuestro padre. Así es verdad contestó el hidalgo; me reñía porque os enviaba ese caparazón, con que me obsequia el alcalde de Toledo. El lacayo se adelantó a ofrecérselo.

Otras veces, embriagándose de esperanzas, acariciaba proyectos, y soñando juntamente con lo porvenir y lo pasado, le parecía que las lágrimas que le resbalaban desde las mejillas a los labios, tenían el sabor dulcísimo de los besos perdidos. ¡La deshonra! ¿Qué le importaba? ¿Ni a qué echar de menos el encanto de la doncellez jamás había de sentir no poder ofrecérselo a otro hombre?... ¡Qué días tan largos! ¡Qué noches tan tristes!

La mendiga trata de acallarle con el susurro de un canto, y, toda atenta, sigue las palabras del leproso, mientras saca por encima del justillo el otro pezón, para ofrecérselo al niño, que llora de hambre. Eh, meniño, eh!. Pra Santo Tomé.... ¿Teu pai quen foy? ¿Tua nay quen e?... ¡Eh, meniño, eh!... ¿Por qué no le retuerces el cuello a esa criatura, Paula? ¿No ves cómo llora?

Si se les oye, todo aquello es suyo. Hanse posesionado del Océano en que se bañaron y se complacen en ofrecérselo. La esposa vuelve á presentarse amable, benévola, ante la muchedumbre que hasta hace pocos momentos tanto la inquietaba. ¡Encuéntrase tan bien á su lado; tan en su centro!

Rafael se sentó al borde del camino, acariciado por la frescura del césped. ¡Qué bien olía aquello! La violeta, asustadiza y fragante, debía andar por allí cerca, oculta bajo las hojas. Sus manos buscaron a lo largo del ribazo las florecillas moradas, cuyo perfume hace soñar con estremecimientos de amor. Formaría un ramito para ofrecérselo a Leonora cuando pasase.

De este modo devastaba el infeliz su alma, arrancando todo lo bueno, noble y hermoso para ofrecérselo a la ingrata, como quien tala un jardín para ofrecer en un solo ramo todas las flores posibles. «Ya no me quieres le dijo un día con inmensa tristeza , ya tu corazón voló, como el pajarito a quien le dejan abierta la jaula. Ya no me quieres». Y ella le respondía que ; ¡pero de qué manera!

Era un viejo rosario de Tierra Santa, cuyas cuentas, hechas de hueso de camello, habían sido ensartadas en fuerte y apretado cordón de seda blanca. «Lleva siempre contigo esta soga de estrangular demonios», habíale dicho el franciscano al ofrecérselo. La iglesia estaba sola y obscura. Una lámpara de plata ardía en la capilla mayor.

»Estando ella y yo en Ville d'Avray cuando ella sólo contaba nueve años y yo doce concebimos un día un proyecto cuya sola idea nos llenaba de temor y regocijo. Nos proponíamos ir solos y de ocultis al otro lado del bosque, a casa de un floricultor de Glatigny en busca de un ramo para ofrecérselo al doctor en el día de su santo.