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En la zamarreta del cura veíanse diversos cintajos que manifestaban sus grados y condecoraciones. El sable le arrastraba por el suelo, sonando a pandereta rota. Las botas desaparecían bajo salpicaduras de fango; las pistolas eran negras como la zamarra, y las manos de color de hierro viejo. Por donde quiera que iba el guerrero, difundía en torno suyo un complejo olor a pólvora, a cuadra y a vino.

Después de algún tiempo regresó al país la hermosa, vestida de española, con una pandereta de sonajas. Todos le decíamos: Ocúltate, porque te va a matar. Que si quieres, ¡matar! Volvieron a unirse muy tranquilos, y ella le ha enseñado a tocar la pandereta. Hubo una nueva explosión de risas. Sin levantar la cabeza, murmuró de nuevo el amolador desde su rincón: Cállate, tahonero.

Quelo un pez... gruñó el Pituso frotándose con mal humor los ojos. Mira le decía Rafaela , tu mamá te va a comprar un pez de dulce. Pae Pepe... repitió el chico llorando. ¿Quieres una pandereta?... , una pandereta grande, que suene mucho. Las tres hacían esfuerzos para acallarle, ofreciéndole cuanto había que ofrecer. Después de comprada la pandereta, el chico dijo que quería una naranja.

Mire que ya va para viejo; mire que el mejor día se pone delante la de la cara pelada, y a ésta que no le da usted el timo. ¿Pero de dónde sacas , estampa de la sura replicó Torquemada con ira, agarrándola por el pescuezo y sacudiéndola, de dónde sacás que yo soy malo, ni lo he sido nunca? Déjeme, suélteme, no me menée, que no soy ninguna pandereta.

Una de ellas era la de un magistrado andaluz, que tenía dos hijas como dos acuarelas de pandereta; el padre era unas castañuelas de la sala de lo civil, y sus retoños, sin madre, se pasaban la vida, inocentes en el fondo, jaleando la alegría de su papá. Se aburrían mucho en aquel pueblo sucio, frío, húmedo, y vieron el cielo abierto con la amistad de Emma y compañía.

Llevaba una varita en la mano para mostrar las figuras, y una pandereta para acompañarse cuando cantaba villancicos. Tenía dos o tres tonadillas monótonas y unos cuantos versos monorrimos. Entre las figuritas del nacimiento había una mujer desastrada, que sin duda era la bufona. Recuerdo la canción que le dirigía la Curriqui.

Esta pandereta, con la chula tocando la guitarra, para miss Newton. Si ella viera los originales, ¡qué desilusión!

Dos horas después volvimos á la iglesia; sacaron otra vez al santo en procesión, rezóse el rosario y nos fuimos á la romería, que se desparramaba en una pradera inmediata á la iglesia. Hiciéronme ver uno por uno todos los bailes: éste porque era de guitarra, el otro porque era de pandereta, y por ser de gaita el de más allá.

Parecía imposible que éste soportase las travesuras del estudiante, que traía revuelta toda la casa, persiguiendo a las criadas, entreteniendo con chistes a los tejedores e introduciendo algunas veces en su cuarto ciertos compañeros de Facultad tan levantiscos como él, que al menor descuido saqueaban la despensa, y cuando no, hacían temblar los viejos pavimentos del caserón ensayándose a saltos en el manejo de la pandereta.

Sucia, desgreñada, curtida por los vientos y el sol, desnuda de pie y pierna, el cuerpecito raquítico y asexual vestido de andrajos, la pobre niña durmió al raso, donde la noche la sorprendía; y fué de villorrio en villorrio pidiendo limosna, apurando todas las hieles de desdén que tiene para los mendigos la caridad pública; y en las calles de Lyón bailó, al son de la pandereta que golpeaba su padre, sobre la tragedia de sus piececitos ensangrentados...