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Y si vos no estuviérais en todas partes, no sabríais ese secreto endiablado de hace veintidós años, ni este otro secreto reciente... Os pido por caridad, hermano bufón, que calléis, que calléis como habéis callado acerca del secreto de la duquesa... y como nos embrollamos y nos revolvemos, bueno será que volvamos á buscar el hilo. Decíamos...

Si se compraba aceite de por junto, carbón o tocino, escondíamos la mitad, y cuando nos parecía, decíamos el ama y yo: -Modérese V. Md. en el gasto, que en verdad que si se dan tanta prisa no baste la hacienda del Rey. Ya se ha acabado el aceite o el carbón. Pero tal prisa le han dado. Mande V. Md. comprar más y a fe que se ha de lucir de otra manera. Denle dineros a Pablicos.

Nada hay más peligroso para el hombre que pasar en breve tiempo por todas las ilusiones de una larga vida; y Jacobo, con ese afán de gozar que caracteriza la sociedad presente, que teme dejar para mañana el placer de que puede disfrutar hoy, que precipita las edades y pasa de la infancia a la vejez decrépita, suprimiendo la juventud si es que por juventud se entiende esa edad venturosa en que brotan del corazón nobles impulsos y bullen en la mente generosas ideas, que constituyen más tarde, después de solidificadas, los grandes caracteres; Jacobo, decíamos, había recorrido aquella larga jornada en menos de treinta años...

Justo, decíamos á propósito de si el rey era pieza mayor ó menor... A propósito de eso habíamos ido á dar en don Rodrigo, y á propósito de don Rodrigo, en ese mancebo que ha entrado secretamente en el cuarto de la reina. Decíamos, ó decía yo, que está enamorado como un loco de la dama que le ha metido en el lance; pero él no conoce á esa dama... ¿Que no la conoce y está enamorado?

Supongamos que ocurría una nueva guerra. Nos provocaban los ingleses, y les decíamos: «, señor, pronto estamos; nos batiremos». Salían al mar los navíos ordinarios, empezaba la pelea, y a lo mejor cátate que aparecen en las aguas del combate dos o tres de esos monstruos de hierro, vomitando humo y marchando acá o allá sin hacer caso del viento; se meten por donde quieren, hacen astillas con el empuje de su afilada proa a los barcos contrarios, y con un par de cañonazos... figúrese usted, todo se acababa en un cuarto de hora».

Gran parte de estas reflexiones se las debo a mi marido, que es tan inteligente como bueno, pues ya supondréis que yo me perdería en estas complejidades psicológicas y en estos distingos sutiles entre venganza y rencor. Decíamos que el máximo amor está muy cerca del repentino y máximo odio.

Mi mamá y yo decíamos: «Quizás esté copiando para traernos algo de comer». ¡Qué chasco nos llevamos!; todo se volvía: Artículo primero, tal cosa; artículo segundo, tal cosa. Y luego: Quedo encargado de la ejecución del presente decreto. Hacía preámbulos atestados de disparates.

Habló con él como habló Fray Luis de León con sus discípulos después de salir de la cárcel. Rafaela dijo también: decíamos ayer; esto es, habló con el Vizconde como si reanudase con él la conversación de la víspera.

"Señor, de , dije yo, ninguna pena tenga vuestra merced, que pasar una noche y aun más, si es menester, sin comer." "Vivirás más y más sano", me respondió. "Porque, como decíamos hoy, no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco." "Si por esa vía es, dije entre , nunca yo moriré, que siempre he guardado esa regla por fuerza y aun espero en mi desdicha tenella toda mi vida."

Cuando descomponíamos un reloj o rompíamos una pulsera o cualquier otro objeto, Blanca y yo decíamos: Cuando venga Pablo, lo compondrá. Pintaba a menudo y nos enseñaba sus trabajos. Es el único punto en que nunca hemos podido estar de acuerdo.