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El saurio no estaba más que a seis pasos, y de un coletazo podía echarse encima de la chalupa. Van-Stael apuntó a las abiertas mandíbulas del monstruo, e hizo fuego. El cocodrilo, herido de muerte por la bala que le debió de atravesar de la garganta a la cola, se encabritó como un caballo, agitando su enorme cola, y después cayó revolcándose y levantando salpicaduras de fango.

Al poco rato se inició el desfile por una carretera inmediata al castillo, que conducía al puente sobre el Marne. Eran camiones cerrados ó abiertos que aún conservaban sus antiguos rótulos comerciales bajo la capa de polvo endurecido y las salpicaduras de barro. Muchos de ellos ostentaban títulos de empresas de París; otros el nombre social de establecimientos de provincias.

Sintió en la boca la amargura salitrosa; cegaron sus ojos, las aguas se cerraron sobre su rapada cabeza; pero entre dos olas se formó un pequeño remolino, asomaron unas manos crispadas y volvió a salir. Los brazos se dormían; la cabeza se inclinaba sobre el pecho como vencida por el sueño. A Juanillo le pareció cambiado el cielo: las estrellas eran rojas, como salpicaduras de sangre.

En la zamarreta del cura veíanse diversos cintajos que manifestaban sus grados y condecoraciones. El sable le arrastraba por el suelo, sonando a pandereta rota. Las botas desaparecían bajo salpicaduras de fango; las pistolas eran negras como la zamarra, y las manos de color de hierro viejo. Por donde quiera que iba el guerrero, difundía en torno suyo un complejo olor a pólvora, a cuadra y a vino.

Era un triunfo tanto más grande la belleza de la señorita Nancy Lammeter aparecer del todo seductora en semejante traje, cuando sentada a la grupa sobre un cojín, tras de su padre alto y derecho, ella le tomaba la cintura con uno de sus brazos y miraba hacia abajo, con ansiedad vigilante, los charcos de agua, cubiertos por una nube traidora que lanzaba salpicaduras formidables bajo los golpes de los cascos de Dobbin.

Y hablando a gritos se había puesto de pie, agitando con fuerza sus puños, como si retorciese una palanca imaginaria. Ya no era el mismo ser tímido, panzudo y quejumbroso. En sus ojos brillaban pintas rojas como salpicaduras de sangre; el bigote se erizaba y su estatura parecía mayor, como si la bestia feroz que dormía dentro de él, al despertar, hubiese dado un formidable estirón a la envoltura.

Los papúes, que ansiaban alcanzar a los fugitivos para hacerlos prisioneros o quizá para matarlos en el acto, hacían desesperados esfuerzos por adelantar camino. Remaban furiosamente para ayudar a las velas, levantando salpicaduras de espumas, pero no se acercaban sino muy lentamente, pues la chalupa corría a razón de ocho o quizá de nueve millas por hora.

Las olas fosforescentes, rompiéndose con indecible furia contra la costa, lanzaban al aire sus espumas y salpicaduras, impregnadas de aquellos microscópicos organismos, y las cuales, mantenidas por el viento en suspenso en el aire durante algún tiempo, tomaban aspecto de niebla luminosa. ¡Qué admirable fosforescencia! dijo Cornelio . ¡No he visto en mi vida cosa más hermosa!

Los emigrantes estaban ocultos en los sollados. De vez en cuando, un marinero con impermeable amarillo y casco encerado atravesaba el combés por alguna necesidad del servicio, recibiendo impasible las fuertes salpicaduras del Océano, hundiendo sus botas altas en el río salado que cada ola hacía rodar de una banda a otra del buque.

Eran heridos de los días anteriores que hablan logrado arrastrarse hasta allí; heridos de la misma noche, que restañaban la sangre fresca con vendajes improvisados; mujeres alcanzadas por las salpicaduras del combate. El capitán entró en este refugio, que olía á carne descompuesta, sangre seca, ropas sucias y alientos agrios.