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Continuaba hacia el Norte el férreo rodar de las masas armadas. Desnoyers vió un tren de heridos procedentes de los combates de Flandes y Lorena. Los uniformes de fatigada suciedad se refrescaban con la blancura de los vendajes que sostenían los miembros doloridos ó defendían las cabezas rotas.

Fuera, espesos copos de nieve continuaban cayendo del cielo, depositándose en el borde de las ventanas, y a cada instante se veía partir un trineo silenciosamente con un enfermo sumergido en un lecho de paja; unas veces era una mujer y otras un hombre los que conducían al caballo de la brida. Catalina, sentada cerca de la mesa, doblaba los vendajes con aire preocupado.

El recuerdo de sus flirts, que á estas horas se removían en sus camas cubiertos de vendajes, ansiosos de la presencia de lady Lewis, ó permanecían en un banco con los ojos inmóviles vueltos hacia el sol, negándose á pasear por faltarles el suave apoyo de su brazo, le hizo abandonar su asiento. «¡Adiós, príncipeLos enamorados la esperaban.

Los guerreros femeninos empujaban con entusiasmo estas armas colosales, colgándose de los rayos de sus ruedas para hacerlas avanzar. Momaren, con la cabeza cubierta de vendajes y el aspecto dolorido, marchaba al frente de varios profesores que se imaginaban conocer por sus lecturas el manejo de tales monstruos de acero.

Tòni, me haces daño. Eso es lo que deseaba el fantasma, hacerle daño. Y pareciéndole aún poco, con sólo su mirada arrebató los trapos y vendajes de su herida, que volaron y se esparcieron. Luego hundió sus uñas crueles en el desgarrón de la carne y tiró de los bordes, haciéndole rugir: ¡Ay! ¡ay!... ¡«Pimentó», perdónam!

Le advierto que estos resucitados son luego muy embarazosos... ¡No importa...! Volvieron a ser hombres, y, por consiguiente, hay ya medios para hacerles entrar en razón. Hija mía: yo soy en esta Casa la última entre las últimas; pero tengo lo que falta a todas estas damas: sentido común... ¡Le enseñarán el espica del brazo y el galeno de la cabeza...! SITA. ¡Los conozco...! Son vendajes.

Aquel organismo de combate exhalaba un olor de carne limpia y brava mezclado con fuertes perfumes de mujer. Garabato, con un brazo lleno de algodones y blancos vendajes, se arrodilló a los pies del maestro. Lo mismo que los antiguos gladiadores dijo el doctor Ruiz, interrumpiendo su conversación con el bilbaíno . Estás hecho un romano, Juan.

Y se encontró de pronto en una sala grande, que a él le pareció inmensa, blanca y con azulejos, y vio muchas camas, ¡muchas! con cabezas inmóviles hundidas en las almohadas, y en una de ellas un rostro entrapajado, casi oculto bajo el cruzamiento de los vendajes, unos bigotes con negros coágulos de sangre y unos ojos vidriosos por el espasmo del dolor, que le miraron tal vez sin reconocerle.

Sobre la mancha azul de sus capotes distinguió unas caras pálidas, unos ojos desmesuradamente abiertos por el martirio. Sus piernas arrastraban por el suelo, asomando entre las tiras de los pantalones rojos destrozados. Uno de ellos aún conservaba el kepis. Expelían sangre por diversas partes de sus cuerpos: iban dejando atrás el blanco serpenteo de los vendajes deshechos.

¡Ah, buen mozo! dijo . Esto marcha, ¿verdad? Ya no hay fiebre, ya no hay nada de peligro. Las heridas marchan bien. Debes sentir en ellas una picazón de mil demonios; algo así como si te hubiesen metido avispas bajo los vendajes. Es la formación de los tejidos, la carne nueva que escuece al crecer. Jaime se dio cuenta de la verdad de estas palabras.