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El corazón no me cabía en el pecho: yo quería llorar... lloré mucho y las lágrimas cegaron por un instante mis ojos.

Entonces me defendí golpeándola el pecho, pegándola con la rodilla en el vientre, tratando de tirarla al suelo. Y así luchamos sordamente, sin un grito, respirando el odio y la muerte. Mis ojos se cegaron por una espesa niebla. La cogí por la garganta y apreté los dedos hasta hundírselos en la carne. De pronto aquella mujer cesó de luchar y cayó en la alfombra.

Rosalía no pudo acabar de leer. La ira, la vergüenza la cegaron... Rompió la carta y estrujó los pedazos. ¡Si pudiera hacer lo mismo con el vil!... , era un vil, pues bien le había dicho ella que se trataba de una cuestión de honra y de la paz de su casa... ¡Qué hombres!

Prosiguiendo siempre el mismo rumbo hácia el sur, á distancia de cuatro leguas, se encuentra otro riachuelo, que llaman Estero: llámase tambien el riachuelo de los Ciegos, por haber habitado allí en tiempos antiguos unos indios que se cegaron de resultas de un temporal grande que huvo de nieve.

Y para que me tuviesen por hombre de partes y conocido no hacía sino quitar el sombrero a todos los oidores y caballeros que pasaban, y sin conocer a ninguno les hacía cortesías como si los tratara familiarmente. Ellas se cegaron con esto y con unos cien escudos en oro que yo saqué de los que traía, con achaque de dar limosna a un pobre que me la pidió.

Sintió en la boca la amargura salitrosa; cegaron sus ojos, las aguas se cerraron sobre su rapada cabeza; pero entre dos olas se formó un pequeño remolino, asomaron unas manos crispadas y volvió a salir. Los brazos se dormían; la cabeza se inclinaba sobre el pecho como vencida por el sueño. A Juanillo le pareció cambiado el cielo: las estrellas eran rojas, como salpicaduras de sangre.

6 Y los asnos monteses se ponían en los altos, aspiraban el viento como los dragones; sus ojos se cegaron, porque no había hierba. 7 Si nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh SE

Cuatro leguas mas al sur, hácia el rio llamado de los Ciegos, por unos indios que cegaron allí en un temporal de nieve, habita multitud de indios, llamados Peguenches. Usan lanza y alfange, y suelen ir á comerciar con los Césares españoles. Por el mismo rumbo del sur, á las treinta leguas, se llega á los indios Puelches, que son hombres corpulentos, con ojos pequeños.

La luz del fuego, el son de los bélicos instrumentos, casi cegaron y atronaron los ojos y los oídos de los circunstantes, y aun de todos los que en el bosque estaban.