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Los demás fueron destinados al remo en las galeras; y como al oirlo se dejara vencer de la pena un Capitán, díjole D. Alvaro: «Llore quien se ha perdido mal, que yo como hombre me perdí

Los nobles maestres en l'Andalusia Fagan su llanto mui fuerte sobejo, E digan: amigos, saved que el espejo De toda Castilla que bien relucia, E tantas mercedes á todos facia, Vos es fallescido é tomen consejo, Juntando comunes de cada concejo; E llore con ellos la grand cleresía.

«Vamos, no llore usted le dijo con bondad, poniéndole la mano en el hombro . No se ofenda por lo que he dicho. Ya le recomendé a usted que me llevara con paciencia. Hay que tomarme o dejarme. Cuando me pongo a sacar pecados no se me puede aguantar... Pues es claro, les duele; pero luego sienten alivio. Y hasta ahora, nada me ha dicho usted en su descargo».

LEONOR. ¡El es; y desea morir cuando su vida es mi vida! ¡Si así me viera afligida por él al cielo pedir!... MANRIQUE, dentro. No llores si a saber llegas que me matan por traidor, que el amarte es mi delito, y en el amor no hay baldón. ¡Ay! Adiós, Leonor, Leonor. LEONOR. ¡Que no llore yo, cruel! No sabe cuánto le quiero. ¡Que no llore, cuando muero en mi juventud por él!

En la biblioteca del duque de Osuna se conserva una comedia de Cepeda titulada El amigo el enemigo y á las veces lleva el hombre á su casa con quien llore, con la licencia para la representación del año de 1626, que parece ser de las últimas obras dramáticas de Joaquín Romero de Cepeda. Baena: Hijos ilustres de Madrid. Esta comedia, ya en vida del poeta, fué la más estimada de las suyas.

Su dulce y amable fisonomía resplandeció de júbilo al apercibirme, y por no romper con las tradiciones de la etiqueta, sino en un ímpetu de ternura y emoción, me arrojé en sus brazos y lloré largo rato sobre su pecho.

Llore o cante Altisidora; desespérese Madama, por quien me aporrearon en el castillo del moro encantado, que yo tengo de ser de Dulcinea, cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra.

En el momento en que estaban lidiando el toro de muerte, un vecino, de muchos años y de mucho entendimiento, vió á la madre del torero arrodillada á los pies de un Santo Cristo muy milagroso que se veneraba en una calle del pueblo. ¿Qué hace usted ahí? preguntó á la arrodillada. Mujer, no llore usted, que al fin su hijo tiene sobre el toro una gran ventaja. ¿Y qué ventaja es ésa, señor?

Quería protegerlo y ser protegido por él mismo; era como una prenda de mi padre, que me lo recordaba y me lo reproducía; lloré mucho sobre él y debí humedecerlo tanto con mis lágrimas, que mis manos llevaron muchas veces a los labios el sabor amargo del llanto; y fue así, abrazado de mi libro, defendido el pecho por sus páginas, que me dormí aquella noche, la última de mi vida en que debía ver al autor de mis días.

Para ustedes... Ustedes son tan pobrecitos como los que yo visito en las afueras... Pero no llore usted: ya vendrán días mejores; Dios aprieta, pero no ahoga. Y reía de su caritativa malicia, que quedaba en el misterio, sin que el señor de Maltrana pudiese sospecharla. El joven también debía sus favores al «santo». Señor Vicente, con este mes ya van tres que no le pago.