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El santuario de las Huertas y la imágen que en él se veneraba eran objeto de una muy asídua y particular devocion de parte de los cordobeses al tiempo de la reconquista, y de este culto hay abundantes memorias en los siglos siguientes, así en mandas de testamentos, como en procesiones y plegarias motivadas por varias necesidades públicas.

Bastábale a nuestra joven su excelente corazón y el ejemplo de sus padres para aliviar siempre que podía las miserias del prójimo; pero añadíase a esto tener presente a la continua los increíbles esfuerzos de abnegación y caridad llevados a cabo por las santas que con más fervor veneraba, particularmente la santa duquesa de Turingia, que mereció el nombre de Madre de los pobres.

Así se atormentaba D. Luis con encontrados pensamientos que se daban guerra, cuando entró Currito en su cuarto, sin decir oxte ni moxte. Currito, que no estimaba gran cosa a su primo, mientras no fue más que teólogo, le veneraba, le admiraba y formaba de él un concepto sobrehumano desde que le había visto montar tan bien en Lucero.

Doña Beatriz, casada ya con un hombre a quien veneraba y quería, y a quien era deudora de haber salido del lugar, donde se ahogaba, y de espaciarse por grandes ciudades, limitaba su misión para lograr el engrandecimiento a servir como de espuela a la reacia voluntad de su marido; pero en Inesita, soltera y libre y llena de atractivos, que ella sabría completar y hacer valer con su prudencia, veía doña Beatriz un filón intacto aún, un minero riquísimo de todos los bienes, encumbramientos y prosperidades.

En él se veneraba la piadosa imágen de Nuestra Señora de la Esperanza, hallada segun tradicion entre aquellos vestigios; y en sus claustros vivió retirado el rey D. Felipe IV durante las carnestolendas del año 1624.

D. Félix las admiraba: se le hacía la boca agua cuando pasaba cerca de ellas: hubiera dado tres veces su valor por adquirirlas. Pero aún más las admiraba y las veneraba su criado Manolete. Ninguno más aficionado que él á los prados feraces entre los bípedos y acaso entre los cuadrúpedos. ¡Cuántas veces había insinuado á su amo que tratase de comprar estos prados!

San Juan no era para la casa de este buen señor solamente su patrono y el del lugar, ni uno de tantos bienaventurados cuya imagen se veneraba en la iglesia parroquial del pueblo: era, además, un protector especial, un huésped constante de mis parientes.

El señor José era escuchado en silencio por Maltrana. Al albañil gustábale hablar con hombres de estudios que supieran distinguir. Aunque él fuese hijo de la Isidra, su educación convertíalo en hombre superior, casi en uno de aquellos seres que el antiguo guardia civil veneraba como pastores de la humanidad, designados por un poder misterioso que él no se tomaba el trabajo de conocer.

Los novios de Hornachuelos describen las humillaciones, que el rey D. Enrique III hace sufrir á un orgulloso rico-hombre de Extremadura, llamado Meléndez. La escena más notable es aquélla, en que el Rey penetra disfrazado en la habitación de su insolente vasallo para castigar su orgullo. Cierra las puertas, y se presenta cubierto á Meléndez, el cual, aun sin conocerlo, cae en tierra como agobiado por el solo poder de la majestad real. El Rey: El enfermo rey Enrique, Tercero en los castellanos, Hijo del primer Don Juan, A quien mató su caballo, Comenzó, Lope Meléndez, A reinar de catorce años, Porque entonces los tutores Del reino le habilitaron. Por Rey natural Castilla Le veneraba, no tanto, Que la edad á los descuidos No les concediese mano: Con la enfermedad también Más le desacreditaron En la omisión al respeto Inobedientes vasallos. El Rey, bien entretenido, Pero mal aconsejado, En la caza divertía Atenciones á los cargos. Dormido el gobierno entonces, La justicia á los agravios De los humildes servía, Más que de asombro, de aplauso. Fuéronle, amigos fieles Los días, avisos dando; Que en veinte años nunca han sido Prodigios los desengaños. Volvió á Burgos una noche De los montes, más cansado Que gustoso; cenar quiso; Y ninguna cosa hallando Al despensero llamó, Y preguntóle enojado Qué era la ocasión.

En el momento en que estaban lidiando el toro de muerte, un vecino, de muchos años y de mucho entendimiento, vió á la madre del torero arrodillada á los pies de un Santo Cristo muy milagroso que se veneraba en una calle del pueblo. ¿Qué hace usted ahí? preguntó á la arrodillada. Mujer, no llore usted, que al fin su hijo tiene sobre el toro una gran ventaja. ¿Y qué ventaja es ésa, señor?