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Don Tello García, rico-hombre orgulloso y tiránico, ha seducido á Doña Leonor, dama noble, aunque pobre, bajo promesa de casamiento, pero á quien rechaza siempre después con menosprecio, cuando se le recuerda. En las primeras escenas del drama asistimos á las fiestas, con que Don Rodrigo, vasallo de Don Tello, celebra su casamiento con la bella Doña María.

Don Pedro le excita á empuñar de nuevo su espada; pero el vencido observa que ha sido herido en el brazo y que es más fuerte su adversario. En este momento se presentan criados con antorchas; Don Tello conoce al Rey, y exclama: ¡Cielos! ¿Qué es esto? El rico-hombre de Alcalá A los pies del rey Don Pedro. ¿Vos sois, señor?

El rico-hombre hace entonces otra tentativa para huir; Don Pedro, con voz de trueno, le dice ¡quedaos! y él pronuncia tembloroso algunas palabras para disculparse. Quien no me tiene temor, ¿Cómo se turbó á mi vista? Yo no me turbo. A vuestros pies, gran señor... El guante se os ha caído. ¿Qué decis? Que yo he venido... ¿Dúdolo yo?

En fin, ¿vos sois en la villa Quien al mismo Rey no da Dentro de su casa silla; El rico-hombre de Alcalá, Que es más que el Rey en Castilla? ¿Vos sois aquél que imagina Que cualquiera ley es vana?

Mientras tanto, los criados de Don Tello se han llevado á la infeliz María al castillo del tirano rico-hombre. La desdichada opone á todas las tentativas de seducción de su raptor el orgullo de su inocencia. Mientras Don Tello se empeña en rendirla á sus deseos, ya con súplicas, ya con amenazas, se le anuncia la llegada de un caminante, que pide hospitalidad.

El rico-hombre se aproxima á él temeroso, é intenta arrojarse á sus pies; pero el Rey lo mira con desprecio y continúa leyendo. Don Tello balbucea que ha venido, llamado por orden del Rey; Don Pedro le pregunta quién es, pero no escucha su respuesta.

Los novios de Hornachuelos describen las humillaciones, que el rey D. Enrique III hace sufrir á un orgulloso rico-hombre de Extremadura, llamado Meléndez. La escena más notable es aquélla, en que el Rey penetra disfrazado en la habitación de su insolente vasallo para castigar su orgullo. Cierra las puertas, y se presenta cubierto á Meléndez, el cual, aun sin conocerlo, cae en tierra como agobiado por el solo poder de la majestad real. El Rey: El enfermo rey Enrique, Tercero en los castellanos, Hijo del primer Don Juan, A quien mató su caballo, Comenzó, Lope Meléndez, A reinar de catorce años, Porque entonces los tutores Del reino le habilitaron. Por Rey natural Castilla Le veneraba, no tanto, Que la edad á los descuidos No les concediese mano: Con la enfermedad también Más le desacreditaron En la omisión al respeto Inobedientes vasallos. El Rey, bien entretenido, Pero mal aconsejado, En la caza divertía Atenciones á los cargos. Dormido el gobierno entonces, La justicia á los agravios De los humildes servía, Más que de asombro, de aplauso. Fuéronle, amigos fieles Los días, avisos dando; Que en veinte años nunca han sido Prodigios los desengaños. Volvió á Burgos una noche De los montes, más cansado Que gustoso; cenar quiso; Y ninguna cosa hallando Al despensero llamó, Y preguntóle enojado Qué era la ocasión.

Fué, si bien lo recuerdo, rico-hombre y señor de Palma el famoso almirante D. Gil Bocanegra, hermano del duque de Génova, que sirvió á D. Alonso XI en Gibraltar y Algeciras sosteniendo con muy pocos bajeles contra un emjambre de galeras moriscas uno de los combates navales mas tremendos que ensangrentaron las ondas del Mediterráneo.