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El tío Goro bajó de nuevo á Entralgo y comunicó sus sospechas con el capitán. Este no quiso confirmarlas; le costaba mucho trabajo suponer que Demetria, después de lo acaecido, tuviese deseos de volverse á Oviedo. Sin embargo, hizo montar á caballo á su criado Manolete y le envió á allá con objeto de averiguarlo. Felicia, enloquecida y acongojada, quiso marcharse al monte y buscar por todas partes á su hija. Nolo trató de disuadirla. En aquella hora no era posible que la encontrasen aunque le hubiera pasado algún accidente. Además el mozo de la Braña dudaba que le hubiera acaecido nada malo; se inclinaba más bien á creer en la huida á Oviedo. Su amor era grande pero receloso, y, aunque Demetria nunca le diera motivos para dudar de él, le parecía bien extraordinario que se allanase á ser aldeana pudiendo ser señorita. No le fué posible persuadir á la tía Felicia.

D. Félix las admiraba: se le hacía la boca agua cuando pasaba cerca de ellas: hubiera dado tres veces su valor por adquirirlas. Pero aún más las admiraba y las veneraba su criado Manolete. Ninguno más aficionado que él á los prados feraces entre los bípedos y acaso entre los cuadrúpedos. ¡Cuántas veces había insinuado á su amo que tratase de comprar estos prados!

Tampoco el de D.ª Robustiana, que acompañó á la criada cuando vino á servir la sidra, expresaba como otras veces un humor jovial y sereno. Entonces sospechó que algún disgusto había ocurrido entre los cónyuges. Pero le llamó la atención el que Manolete, Linón, la criada, todos cuantos por allí andaban se mostrasen serios y hasta airados.

Abrid... es el señor dijo con voz recia Manolete, el fiel criado que había acompañado al capitán á Málaga. Gran movimiento en la sala. Todos se levantan. Regalado toma el velón de la mesa y se precipita á la escalera y detrás de él algunos tertulios y también el perro Talín que aúlla de un modo lamentable.

Aquella noticia desgarró su corazón. «¡, ; como su madre, como su hermanoEl buen hidalgo sollozó cual si ya la hubiese perdido. Arregló su equipaje con presteza, dejó encargo á Regalado para que lo enviase á Oviedo en un mulo, y montando á caballo partió él delante acompañado de su criado Manolete. La nueva causó en la aldea dolor.

Cuando llegue el momento de que alguno de esos canallas ponga el pie en Cerezangos, ya verá cómo se le recibe.» Y ya tenía formado su plan estratégico y distribuídas las fuerzas: Linón y Celesto en lo cimero del prado; él con Manolete en lo fondero; los dos criados pastores en el centro como fuerza de reserva.

Era menester aguardar, sin embargo, á Manolete. Suponiendo que llegase á la capital antes de amanecer y diese la vuelta en seguida como se le había ordenado, al mediodía debía de estar en Entralgo.

Cerráronse las puertas y D. Félix, sin querer tomar nada de lo que D.ª Robustiana le ofrecía, se retiró á su habitación. Manolete en la cocina de abajo estuvo largo rato narrando á los mayordomos y á la servidumbre los incidentes de la enfermedad y muerte de la señorita. Al día siguiente D. Félix no quiso salir de su cuarto ni recibir á nadie.

Ya te avisará Robustiana... Linón te habrá puesto jamugas en el caballo, ¿verdad?... ¿No?... Bien, bien, ya que montas perfectamente, pero ten cuidado, hija, no vayas á caerte. Que te acompañe Manolete de espolista para traer luego el caballo... Adiós, hija, adiós... No te des atracones de avellanas; ya sabes que te hacen daño...

Despierta inmediatamente á Manolete y le das este fusil y que suba al corredor de la cocina de arriba para que, en todo caso, sus fuegos se crucen con los de Regalado. Despierta también á Linón y dale este trabuco y que me siga á la huerta. Yo voy en descubierta para ver si flanqueo al enemigo y le tomo por retaguardia.