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Gustábale ir roto y sucio como los sopistas, y cada una de estas hazañas enfurecía al Fraile, haciéndole gritar que aquello era robarle el dinero, y que el mejor día de un puntapié en tal parte iba a poner en la calle al desvergonzado sobrino.

Aquel buen humor de Juana, que chocaba a todos, estaba muy lejos de desagradar a su marido; por el contrario, gustábale mucho. Es una mujer domada se decía . Esto es lo que hay; está domada.

Gabriel, siempre bondadoso, era el que más rondaba, cuidando escrupulosamente de los marcadores. Su compañero, el señor Fidel, descansaba tranquilo, alabando su generosidad. Buen compañero le habían dado; gustábale más que el antiguo, con sus aires imperiosos de viejo guardia, siempre riñendo por decidir a quién correspondía levantarse y hacer la ronda. El pobre hombre tosía tanto como Gabriel.

Doña Sol admiraba, con su entusiasmo hambriento de «color», estos procedimientos de la gran industria nacional, y quería imitar a los mayorales y vaqueros. Gustábale la vida al aire libre, galopando por las inmensas llanuras seguidas de agudos cuernos y huesudas testas que podían dar la muerte con sólo un leve movimiento.

Gustábale de disertar sobre las cosas del arte, y refería a menudo sus pláticas con el Tintoreto, a quien había conocido íntimamente. El latín y la dulce lengua toscana le eran tan familiares como su propio idioma. Al hallarse solo entre sus libros antes cogía las Metamorfosis, o la Jerusalén libertada, que las ásperas epístolas de San Pablo.

No por esto le asustó su condición de soldado raso mientras sirvió de asistente a su coronel. El cómo y el cuándo no preocupaban a Simón gran cosa. Gustábale mucho viajar de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad; y viendo aquí y escuchando allá, fue familiarizándose con ciertas cosas y acontecimientos, pero sin enamorarse de ellos.

Iban sentándose en dos bancos colocados a lo largo de la mesa, mientras Gallardo miraba indeciso a doña Sol. Debía comer arriba, en las habitaciones de la familia. Pero la dama, riendo de esta indicación, fue a sentarse en la cabecera de la mesa. Gustábale la vida rústica, y le parecía muy interesante comer con aquellas gentes.

Más que todos los paseos del mundo, gustábale que la llevaran, en su casa, al patio de servicio. Pues allí estaba casi siempre Ramón. Ramón era el hijo de la cocinera, un muchachote de su misma edad, doce años; pero que parecía su padre.

Ojeda ocupó una mesa en la terraza de fumadero con su compatriota Conchita. Paisana, vamos a llegar había dicho al verla . Permítame que la invite a tomar algo. Celebremos el buen viaje. Ahora que se veía sin amistades femeniles gustábale conversar con la graciosa madrileña, a la que apenas había prestado atención en los días anteriores.

Gustábale oír desarrollar sus sistemas a los materialistas y librepensadores, y su silencio burlón hablaba elocuentemente, mientras observaba a su interlocutor juntando las cejas de tal modo que le ocultaban los ojos casi por completo. Y luego con la mayor tranquilidad, les replicaba: ¡Caramba! señor, ¿sabéis que os admiro? Habéis llegado casi a la perfecta humildad del Evangelio.