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En la estancia le van a contestar, Baldomero, porque todavía no los han leído... repuso Melchor riéndose, y agregó: Pero los compraron. Baldomero sonriéndose, separó el azulejo y con la mano de nuevo sobre el muslo derecho continuó galopando con insuperable gallardía.

Un sinnúmero de coches particulares y de berlinas de punto cubrían más abajo la ancha carretera, galopando en dirección a la plaza; y al través de ellos, dejándolos atrás en seguida, corrían desbocados los ómnibus, mientras los que iban encima, sin miedo a estrellarse, embriagados por la carrera vertiginosa, saludaban con gritos de alegría a los que iban dejando en pos de .

Era el Judío Errante, la walkyria galopando entre las nubes de una tempestad musical, pasando a través de las más diversas temperaturas, saltando sobre los más distintos países, arrogante y victoriosa, sin sufrir el más leve menoscabo en su salud y su hermosura. ¡Ah, si quisieras! ¡Si me permitieses seguirte! ¡Como amigo nada más! ¡Como criado, si es preciso!

El personal de la estancia comentaba el parecido fisonómico de ciertos jóvenes que trabajaban lo mismo que los demás, galopando desde el alba para ejecutar las diversas operaciones del pastoreo. Su origen era objeto de irrespetuosos comentarios.

Mientras su caballo seguía galopando, él armaba el arco para disparar la peste. En su espalda saltaba el carcaj de bronce lleno de flechas ponzoñosas que contenían los gérmenes de todas las enfermedades, lo mismo las que sorprenden á las gentes pacíficas en su retiro que las que envenenan las heridas del soldado en el campo de batalla.

Había visto alguna vez la Cibeles; pero la oscuridad de la noche, la soledad y el estado de excitación y dolencia en que se encontraba su espíritu, hacían que todos los objetos fueran para ella objetos de temor, todos con extrañas y fantásticas formas. Los leones de mármol le parecía que iban corriendo con velocísima carrera, galopando sin moverse de allí.

Los voy a acompañar a caballo. ¿Hasta la estancia? El azulejo es capaz de ir de un galope hasta Buenos Aires. Al partir el break a todo trote, Baldomero se puso al costado, galopando con toda la bizarría del gaucho legendario, mientras su flete dejaba ver, al levantar los remos y al mirar hacia adelante, con sus ojos vivos, que éstos no alcanzaban a divisar distancia que lo cansase.

Chemed la leyó con lágrimas en los ojos y haciendo otros mil extremos de amoroso sentimiento. Mutileder, entre tanto, caballero en su dromedario y lleno de impaciencia, iba trotando y galopando hacia Jerusalén. Harto de la pausa con que la caravana marchaba, tomó un guía, poseedor de otro dromedario tan ligero como el suyo, y se adelantó al resto de sus compañeros de viaje.

Doña Sol admiraba, con su entusiasmo hambriento de «color», estos procedimientos de la gran industria nacional, y quería imitar a los mayorales y vaqueros. Gustábale la vida al aire libre, galopando por las inmensas llanuras seguidas de agudos cuernos y huesudas testas que podían dar la muerte con sólo un leve movimiento.

Hullin ya no oía a su compañero, porque, habiendo mirado casualmente hacia el valle, acababa de ver un regimiento de infantería que desembocaba en la carretera. Más allá, en la calle, la caballería avanzaba, y cinco o seis oficiales iban delante galopando.