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Subió D. León Pintado al púlpito y echó un sermonazo lleno de los amaneramientos que el tal usaba en su oratoria. Lo que aquella tarde dijo habíalo dicho ya otras tardes, y ciertas frases no se le caían de la boca. Tronó, como siempre, contra los librepensadores, a quienes llamó apóstoles del error unas mil y quinientas veces.

A la última había renunciado; no a la primera, que seguía adorando con el mismo pudibundo y candoroso culto de los treinta años. Ni un solo vetustense, aun contando a los librepensadores que en cierto restaurant comían de carne el Viernes Santo, ni uno solo se hubiera atrevido a dudar de la castidad casi secular de don Cayetano. No era eso.

Si tienen la culpa los liberales, dirán los serviles que deban mandar ellos para regenerar el país; si los políticos se inventará una masa neutra que tratará de convertirse en política de repente; si los librepensadores, saldrán chillando los devotos y ultra-católicos, asegurando que todo el mal proviene de la carencia de fe religiosa; por contraposición, los librepensadores afirmarán luego que el fanatismo es lo que nos debilita, empobrece y vuelve tontos; en suma, no nos entenderemos, y cuando más que nunca conviene la concordia y la paz, acabaremos de arruinarnos con el desasosiego y los desórdenes.

Foja, los Orgaz, Glocester «como particular, no como sacerdote», don Álvaro Mesía, los socios librepensadores que comían de carne solemnemente en Semana Santa, algunos de los que asistían a las cenas secretas del Casino, los redactores del Alerta y otros muchos enemigos del Provisor visitaban de vez en cuando a don Santos; todos compadecían aquella miseria entre protestas de cólera mal comprimida. «Oh el hombre que había reducido a tal estado al señor Barinaga era bien miserable, merecía la pública execración». Pero nada más.

Los católicos condenan a los librepensadores y éstos tratan a aquéllos de imbéciles, sin más ceremonias. Existe un terreno de unión, sin embargo, en los días de grandes fiestas. Católicos y librepensadores se agolpan con entusiasmo en la antigua Catedral para oír los incomparables acentos de nuestro incomparable coro.

Las acusaciones lanzadas contra ellos y la multitud de enemigos acérrimos que tuvieron, primero entre los protestantes, después entre los jansenistas, y, por último, entre los librepensadores, redundan en cierto modo en elogio de los jesuítas, ya que prueban el extraordinario poder y la importancia que tenían.

A pesar de la negra plaga de frailes, en cuyas manos está la enseñanza de la juventud, que pierde años y años miserablemente en las aulas, saliendo de allí cansados, fatigados y disgustados de los libros; á pesar de la censura, que quiere cerrar todo paso al progreso; á pesar de todos los pulpitos, confesionarios, libros, novenas que inculcan odio á todo conocimiento no sólo científico, sino hasta el mismo de la lengua castellana; á pesar de todo ese sistema montado, perfeccionado y practicado con tenacidad por los que quieren mantener las Islas en una santa ignorancia, hay escritores, librepensadores, historiógrafos, filósofos, químicos, médicos, artistas, jurisconsultos, etc.

No tienen poetas como Mosén Jacinto Verdaguer; ni ardientes y fervorosos polemistas como D. Miguel Sánchez; ni entusiastas y candorosos moralizadores, de fecunda inspiración popular, como el excelente P. Claret, harto injustamente ridiculizado por la pasión política y por la ligereza de liberales y librepensadores.

Amigo mío contestó D. Juan, el vulgo lee ya El Citador y otros libros y periódicos librepensadores. En la incredulidad, además, está como impregnado el aire que se respira. No faltan jornaleros escépticos; pero las mujeres, por lo común, siguen creyendo á pie juntillas.

Gustábale oír desarrollar sus sistemas a los materialistas y librepensadores, y su silencio burlón hablaba elocuentemente, mientras observaba a su interlocutor juntando las cejas de tal modo que le ocultaban los ojos casi por completo. Y luego con la mayor tranquilidad, les replicaba: ¡Caramba! señor, ¿sabéis que os admiro? Habéis llegado casi a la perfecta humildad del Evangelio.