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Nada replicaba a mi discurso; seguía caminando cabizbaja y preocupada, formando su actitud notable contraste con la que tenía tres horas antes al pasar por los mismos sitios. Cuando me detuve un instante a respirar, exclamó sin mirarme: Hice una cosa muy mala, muy mala. ¡Dios mío, si lo supiese papá! Traté de probarle que su papá no podía enterarse de nada, porque llegaríamos demasiado temprano.

Ni juegos ni músicas me eran gratos; no paraba yo atención en la hermosura de mis paisanas, ni en la elegancia y gallardía de Gabriela. ¿No vas a las rifas? decían mis tías. No me divierto; prefiero quedarme en casa, leyendo o conversando con ustedes. ¡No pareces muchacho, Rorró!... replicaba la enferma.

Si el enemigo replicaba, otra vez la estupefacción y el silencio; nueva corrida en busca de la consulta, y así transcurrían las sesiones con gran regocijo del barbero Cupido la peor lengua de la ciudad el cual, siempre que se reunía el municipio, decía a los parroquianos: Hoy es día de fiesta: corrida de concejales en pelo.

¡Si yo no ! ¡si yo no ! gritaba el Obispo desesperado, temiendo por la vida del angelillo. ¡, , que eres santo! replicaba la madre con alaridos. ¡El cauterio! ¡el cauterio! pero yo no ... ¡Un milagro! ¡un milagro!... repetía la madre. La vida de Fortunato la ocupaban cuatro grandes cuidados: el culto de la Virgen, los pobres, el púlpito y el confesonario.

Y cuando don Juan la replicaba: ¿Y si la suerte nos hubiese separado? No os hubiera olvidado nunca; nunca hubiera dejado de sufrir al recordaros. Y don Juan asía la hermosa cabeza de su mujer entre sus dos manos, la besaba y exclamaba entre aquel beso: ¡Oh, bendita seas! No podía ser más feliz don Juan. Y esta felicidad le había hecho grave.

Hay quien dice que, si se mete uno por ese agujero, se puede andar como por tierra. ¿Y adónde lleva ese agujero? preguntaba alguno con ansiedad. Eso no se puede decir aunque se sepa contestaba seriamente Yurrumendi ; pero hay quien asegura que dentro se ve una mujer. Alguna sirena decía el padre de Zelayeta, con ironía. ¡Quién sabe lo que será! replicaba el viejo marino.

¿A quién dirigía con violencia el P. Gil estas contundentes preguntas hallándose solo? A un heresiarca invisible que le replicaba silbando como una serpiente: «Los diferentes libros de la Biblia son obra de los hombres, como todos los demás que se atribuyen origen divino, el Corán, los Vedas, etc. Son compilaciones de escritos de diversos géneros y épocas.

Nada replicaba a mi discurso; seguía caminando cabizbaja y preocupada, formando su actitud notable contraste con la que tenía tres horas antes al pasar por los mismos sitios. Cuando me detuve un instante a respirar, exclamó sin mirarme: Hice una cosa muy mala, muy mala. ¡Dios mío, si lo supiese papá! Traté de probarle que su papá no podía enterarse de nada, porque llegaríamos demasiado temprano.

Pues adelante replicaba el Conde. Así fué el oficial indicando varios nombres, hasta que dijo: Don Braulio González. ¿De dónde ha venido? preguntó el Conde. De Sevilla contestó el oficial. ¿Es casado? volvió a preguntar el Conde.

Este que le tenía mucho respeto desde el día en que le vió hacer operaciones quirúrgicas con la misma tranquilidad como si se tratase de gallinas, le esperaba para darle noticias. Dos de los trabajadores estaban presos, uno iba á ser deportado... se habían muerto varios karabaws. ¡Lo de siempre, cosas viejas! replicaba mal humorado Basilio; ¡siempre me recibís con las mismas quejas!