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De aquí, sin duda, las acusaciones que he oído lanzar contra la obra de usted, y que yo considero esencialmente injustas, aunque algo fundadas en varios irreflexivos atrevimientos. La novela de usted no es sólo cuestión de ambiente, sino también cuestión de todo lo cuestionable. Bien puede afirmarse que es usted un escritor muy sugestivo de cuestiones.

Ha prestado usted un servicio a la justicia. Sin usted, el asesinato habría quedado impune, o lo que es peor, un inocente habría pagado la culpa ajena. Había un culpable y el instinto que se lo advertía a usted no le engañaba: la única diferencia es que las acusaciones de usted contra el Príncipe han resultado infundadas.

Don Tello se retira lleno de horror y de vergüenza. Acércase á él Don Gutierre, consejero del Rey, acompañado de Leonor y de Doña María, exhortándole á replicar á las acusaciones que formulan contra él.

Conocía todos los secretos del fondo del agua; nos decía el nombre de hierbas y peces; podía distinguir en la arena ó el cieno movimientos imperceptibles á nuestras miradas y revelarnos dramas íntimos sólo por él visibles. Sus compañeros le creíamos anfibio, no defendiéndose apenas de nuestras acusaciones.

Para no fatigar á los que me lean no seguiré extractando aquí el inmenso cúmulo de acusaciones que lanza contra los jesuítas el autor anónimo. Recomendaré, sin embargo, la lectura del capítulo El Mujerío, porque tiene muchísimo chiste.

Como el primer fundamento de las acusaciones es la supuesta carencia de humildad cristiana que hay en los jesuítas, empezaré por hablar de la humildad y de la manera en que yo la entiendo.

5 Los que de vosotros puedan, dijo, desciendan juntamente; y si hay algo en este varón, acúsenle. 6 Y deteniéndose entre ellos no más de diez días, venido a Cesarea, el siguiente día se sentó en el tribunal, y mandó que Pablo fuese traído. 7 El cual venido, le rodearon los judíos que habían venido de Jerusalén, poniendo contra Pablo muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar;

Satisfecho el hidalgo, muy correcto y galante, dijo que la señora debía disimular lo desagradable de su visita, pero que era su deber velar por aquella niña y que se congratulaba de que fuesen infundadas las acusaciones que se le habían hecho.... Tal vez un exceso de solicitud..., o alguna mala interpretación, había dado lugar a aquel «incidente», que él lamentaba.... La señora perdonaría....

5 Contrataron además contra ellos consejeros para disipar su consejo, todo el tiempo de Ciro rey de Persia, y hasta el reinado de Darío rey de Persia. 6 Y en el reinado de Asuero, en el principio de su reinado, escribieron acusaciones contra los moradores de Judá y de Jerusalén.

En cuanto a la antigua cursería, hemos dicho que apenas osaba ya nadie acusarla de este defecto; defecto, por otra parte, tan vago e indefinible, que depende casi siempre del criterio de las personas el hallarle o no hallarle en otras. Lo que ocurre, por lo común, es que las acusaciones son mutuas.