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Los maldicientes y murmuradores tenían sus hablillas, pero con certidumbre nada malo se dijo durante los tres primeros años del matrimonio de los Sres. de Figueredo. Sólo se propalaban vagas acusaciones. Don Joaquín, entre las diversas empresas que había acometido, contaba también la de agricultor en grande.

Hace más de ocho años que soy catedrático, continuó el P. Fernandez paseándose, y he conocido y tratado á más de dos mil y quinientos jóvenes; les he enseñado, los he procurado educar, les he inculcado principios de justicia, de dignidad y sin embargo, en estos tiempos en que tanto se murmura de nosotros, no he visto á ninguno que haya tenido la audacia de sostener sus acusaciones cuando se ha encontrado delante de un fraile... ni siquiera en voz alta delante de cierta multitud... ¡Jóvenes hay que detrás nos calumnian y delante nos besan la mano y con vil sonrisa mendigan nuestras miradas! ¡Puf! ¿Qué quiere usted que hagamos nosotros con semejantes criaturas?

El periodista-fraile, apesar de todo su respeto á la gente de cogulla, se las tenía siempre con el P. Camorra á quien consideraba como un semi-fraile muy simple; así se daba aire de ser independiente y deshacía las acusaciones de los que le llamaban Fray Ibañez. Al P. Camorra le gustaba su adversario: era el único que tomaba en serio lo que el llamaba sus razonamientos.

Y se acordaba de las cartas que había escrito ese día para anunciar su partida, cartas en que la tristeza de la renuncia a una adoración que presentía dominante, se ocultaba, se descargaba en acusaciones a la vulgaridad del lugar y de sus pobladores.

Pero en el día se renuevan y se exacerban estas acusaciones, no ya para filosofar, mas ó menos burdamente, sino para sacar muy duras consecuencias prácticas contra nosotros.

Las tremendas acusaciones de Draper contra España están puestas en su libro con mero intento teórico, á fin de que en su ramplona filosofía de la historia figuremos nosotros como un pueblo precito, y á fin de que, en el drama cuya acción es el desenvolvimiento de la inteligencia humana y el paso de la edad de la fe á la edad de la razón, haga España el papel más odioso.

Dícese en él, entre otras cosas, que las acusaciones que se hacen contra las composiciones dramáticas de la época, se fundan principalmente en que esas piezas, sobre todo si han de ser admitidas por actores ó actrices, necesitan que, en su representación, haya mujeres graciosas, bonitas y bien vestidas.

Harto reconocerá el lector por lo expuesto hasta aquí que yo soy un admirador fervoroso y sincero de la antigua Compañía de Jesús; pero esto no se opone á que yo crédito é importancia á las tremendas acusaciones que lanza contra la Compañía el autor anónimo, cuyo libro me induce á escribir este articulo.

¡Hum!... ¡es una suerte! ¿Quieres decirme ahora porqué a pesar de mis lecciones y consejos, te has comportado anoche de una manera tan inconveniente? Especificad las acusaciones, tío. Sería cosa de nunca acabar, pues todo lo que has hecho, ha sido inconveniente; parecías una loca.

El transparente mar os muestra un abismo á pico de cien brazas. No confiéis en el áncora; no hay cable que con el frotamiento no se use, acabando por romperse. La ansiedad es extrema en las noches interminables en que la marejada austral os empuja hacia esas cortantes cuchillas. Y, sin embargo, los inocentes fabricadores de escollos tienen una respuesta para las acusaciones que se les dirigen.