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Antes de ponerme a escribir acerca de ella, quizá debiera examinar algunos documentos referentes a su erección y desenvolvimiento, a fin de que las futuras generaciones, cuando lean el presente estudio, sepan a quién deben las fieras el piadoso hospital que hoy disfrutan.

A los demás les rogamos que no lo lean: nada hay en él de lo que se busca en los libros; éste sólo tiene interés para aquellos a quienes esta mujer virtuosa ha de transmitir su sangre a la afinidad de su alma.

Todo el que tiene o imagina tener algo peregrino, bello y nuevo que decir, de seguro que no se lo calla; lo dice, aunque no se lo paguen. Por decirlo es muy capaz de pagarlo, si tiene dineros. ¿Hay mayor hechizo que el de que nos escuchen o nos lean?

Y les señaló un cartelón pegado a la pared, cerca del reloj. Vean ustedes esto y se convencerán que los austriacos son verdaderamente amigos nuestros. Las cejas del anciano Materne se unieron; pero reprimiendo acto continuo aquel estremecimiento, dijo: ¡Ah, bah! ; lean eso. Pero si yo no leer, señor Dubreuil, ni mis hijos tampoco; explíquenos usted por encima de lo que se trata.

Y pocos dias hace que se publicó el tratado de Revelaciones del famoso Crítico Eusebio Amort, merecedor de que le lean los que han de exâminar semejantes revelaciones, porque se trata este asunto con buena Lógica y justa Crítica.

Yo esperaba que seguiríamos hablando la lengua española cincuenta o sesenta millones de seres humanos; gran porvenir para nuestra literatura, por poco que dichos seres escriban y lean. Pero lo repito; el gozo en un pozo. Pocos días ha, recibí un librito impreso en Chartres, que contiene un poema titulado Nastasio, obra del vate argentino D. Francisco Soto y Calvo. El poema es muy original.

Casi no hay en ella lo que se llama enredo o argumento. Todo se reduce a la pintura de un extraño carácter. No si el autor, por habilidad o por instinto, acierta a no identificarse con «Quitolis» y a no responder de lo que «Quitolis» sentía y pensaba. No aseguraré yo tampoco si agradará esta novela, donde repito que apenas hay lances a cuantas personas la lean con atención.

Esperemos que suceda lo propio a mis compatriotas aficionados a libros, a fin de que compren y lean éstos sobre los que ahora voy discurriendo. Otro peligro hay, contra el cual no veo reparo ni cautela que esté de sobra.

Hasta figurándome la mezquita integra, en todo su esplendor, sin templo cristiano en su centro y tal como estaba en la época de los Abderramanes, sin la pared que la limita ahora hacia el patio de los Naranjos, y dejándose ver desde él toda la longitud de las diecinueve calles, alumbradas por lámparas de plata y oro, y hasta figurándome además en todo su esplendor y belleza los primorosos mosaicos, alicatados y dibujos de la capilla del Mihrab, yo hallo, y he de confesarlo aquí, aunque se pongan las manos en la cabeza los que me lean, que me parece más hermoso, más digno, más artístico el templo cristiano que se levanta ahora en medio de la mezquita y que tantas y tantas personas lamentan el que allí se haya levantado.

Para no fatigar á los que me lean no seguiré extractando aquí el inmenso cúmulo de acusaciones que lanza contra los jesuítas el autor anónimo. Recomendaré, sin embargo, la lectura del capítulo El Mujerío, porque tiene muchísimo chiste.