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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Tal vez los que lean esta historia calificarán de inverosímil su carácter, pero a menudo parece inverosímil lo más verdadero. Morsamor carecía de vanidad y era todo orgullo. La envidia y los celos no entraban en su alma. Hasta la misma emulación tenía en ella poca cabida.
Estaba reservado á los tiempos modernos el tener que ocuparse seriamente de un sistema, cuya existencia creerán con dificultad los que lean la historia de las aberraciones del espíritu humano. El sistema de Fichte está juzgado por todos los hombres pensadores; y para hacerle caer en el olvido no hay medio mas seguro que exponerlo á los ojos del lector juicioso.
Y porque disgustudas mas no sean Las damas de este canto y de mi rima, El siguiente les pido yo que lean, Que en él he de tratar cosas de Lima. A vueltas del Concilio quiero vean, Que hay en el Perú damas de estima; Que no es en esta historia mi designo Quitar de su valor al rubí fino.
Lo malo es que el libro con que el poeta ha sanado y donde ha vertido el veneno que le atosigaba puede emponzoñar a los que sin precaución le tomen y lean y producir una abominable epidemia de suicidios. No estriba o no quiero yo que estribe en esto la virtud purificante de la poesía. Su legítima y santa virtud purificante lo mismo ha de valer y vale para el poeta que para sus lectores.
Cuervo, que no hay más que cuatro o cinco autores españoles cuyas obras se lean en América con gusto y provecho, que allí la vida intelectual se deriva de otras fuentes; pero si esto es así, si en España no hay más que cuatro o cinco autores, y si para vivir vida intelectual tenemos que recibirla de Francia, tan amenazado como en aquellas repúblicas está el castellano en esta desventurada y estéril metrópoli, donde sólo Dios sabe qué lengua hablaremos, o si dejaremos de hablar ya que nada propio y no venido de París tenemos que decir en ninguna habla.
Bonito es mi pergenio para tolerar que en mi corregimiento, a mis barbas, como quien dice, se lean censuras ni esos papelotes de excomunión que contra mí reparte el viejo loco que anda de provisor en el Cuzco, y ¡por el ánima de mi padre, que esté en gloria, que tengo de hacer mangas y capirotes con el primer cura que se me descantille en mi jurisdicción! ¡Y cuenta que se me suba la mostaza a las narices y me atufe un tantico, que en un verbo me planto en el Cuzco y torno chafaina y picadillo a esos canónigos barrigudos y abarraganados!
Hemos triunfado en el campo, donde todavía se conservan las venerandas tradiciones de nuestros mayores; donde el médico, no contaminado por teorías extrañas, sangra buenamente a sus enfermos, igual que en tiempo de nuestros abuelos; donde el pobre se resigna a ser pobre como el rubio se resigna a ser rubio; donde el cura prohíbe que se baile el agarrado y que se lean los periódicos liberales, y donde se respeta el orden, la propiedad, el clero y la Guardia civil.
Pienso que será necesario explicar las curiosas circunstancias que nos pusieron en contacto con Burton Blair, y describir los hechos misteriosos que se produjeron después que hicimos relación. Es tan notable esta historia desde el principio hasta el fin, que muchos de los que la lean se sentirán inclinados a dudar de mi veracidad.
¡Ay! Pónganse los legisladores la mano sobre su conciencia; mediten un instante dentro del secreto de su corazon; miren por un momento esa cuna donde ahora dormitan sus hijos; esos hijos á quienes aman, esos hijos que serán hombres á su vez; esos hijos que en su dia serán padres; esos hijos á cuya descendencia no ha dado nadie un monton de cenizas para que sobre él deje caer la frente helada; esos hijos que son una cifra infinita en el cálculo de la Providencia: lean los legisladores en ese arcano por un momento, un momento más; no les pido más tiempo que el necesario para ver un cometa que aparece repentinamente en los aires: vuelvan los ojos á esas criaturas que ahora dormitan, esas criaturas que mañana se educarán, que mañana aprenderán moral y ciencia, que aprenderán de este modo á ser hombres en el libro del presidiario; esas criaturas que tarde ó temprano han de recibir el bautismo bajo la concha del escritor que come y vive con el asesino y con el espía.
El comercio de libros se hace con poca maña o con poca fortuna, y los autores, aunque sean buenos, tienen que resignarse y que contentarse a menudo con que los lean y los aplaudan en la ciudad natal, en determinada comarca, en lo que llamamos patria chica.
Palabra del Dia
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