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Si el Príncipe hubiese sido el homicida, ¿no habría animado a la nihilista el mismo sentimiento? Era de creer. Pero, ¿qué habría acontecido si el inocente, cualquiera de los dos que fuese, hubiera perdido toda esperanza de salvarse con el culpable?

Osuna apuntó la idea de acudir al obispo. Don Narciso se opuso terminantemente a ello. El delito era común, y a los tribunales ordinarios debía acudir. Cuando éstos hubieran cumplido con su ministerio, entonces era el caso de pedir a la Iglesia el castigo del culpable.

Germana cruzó los brazos sobre el pecho y dijo: Señora, en vano sondeo mi conciencia; no me puedo encontrar culpable de nada como no sea de haber curado. Jamás he contraído ningún compromiso con usted, por la sencilla razón de que ésta es la primera vez que la veo.

Cosas tan tremendas como desconocidas para él hasta entonces, la venganza, la protesta, la rebelión, la terquedad de no reconocerse culpable, penetraron en su alma. Por breve tiempo la ocupaba el miedo, y lágrimas de fuego escaldaban sus mejillas; pero pronto la ganó por entero el instinto de defensa.

Máximo a su hermano. Es verdad, soy culpable. Hace siglos que no te escribo y me acuso de ello todos los días sin tener nunca valor para tomar la pluma. Y es que, la verdad, no comprendo ya ni a los demás ni a mismo, y nada hay que desanime tanto como no poder poner en claro los propios sentimientos y encontrarlos ilógicos, contradictorios y miserables.

Todo esto hacía pensar a Ferpierre que en realidad había cometido un error al emplear su ardid contra la joven: más bien debía haber dicho al Príncipe que la Natzichet se confesaba culpable. Y debía haberlo dicho cuando Zakunine estaba aún bajo el peso del dolor; entonces, probablemente, no habría tolerado que otra persona sufriera por él, y habría confesado la verdad.

Me redimía de aquel loco y culpable atrevimiento por la más sincera contrición.

Don Pablo Dupont hizo llegar hasta él ofrecimientos de limosna para sostener su vejez, aunque le consideraba el principal culpable de todo lo ocurrido, por no haber enseñado a sus hijos religión. Pero el viejo rehusó todo socorro. Muchas gracias, señor: admiraba su caridad, pero moriría de hambre, antes que aceptar una moneda de los Dupont.

Imaginó que entre Julia y Javier había algo y que por encubrirlo fingían: luego creyó que si entonces no estaban unidos por afecto culpable, acaso lo habrían estado tiempo atrás, sustituyendo después el rencor a la pasión: por último, se aferró a la idea de que la aversión que les separaba obedecía a sentimientos de índole opuesta, porque él mostraba bajeza y apocamiento ante Julia, y ésta, por el contrario, le miraba entre despreciativa y soberbia.

La única culpable era aquella loca, que se había propuesto enemistarlos. A la mañana siguiente, Maltrana no pudo resistir por más tiempo esta separación, y abordó a su amigo en la cubierta. Parecía desesperado. ¡Que unos hombres como ellos, que hacían el viaje lo mismo que hermanos, fuesen a pelearse al final!...