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Por eso no pudo menos de dirigir un duro apóstrofe á la tierra que pisaba, viéndola poblada de ásperos escajos, y cuya aparente esterilidad alejaba de ella á sus hijos para buscar en país remoto lo que la madre patria no podía darles. ¡Cargo injusto, por cierto, y que, perpetuamente en boca de tantos ignorantes, sostiene en esta provincia la plaga de emigración que la despuebla!...

Véase, pues, cómo el caciquismo es achaque antiguo por donde quiera, y muy singularmente en España, y cómo semejante plaga no puede ni debe considerarse como deplorable novedad introducida e implantada entre nosotros por constitución o régimen político de última moda.

Si seguía viaje, o me veía obligado a retroceder desde Barranquilla, en la boca del río, o si persistía en remontarlo, corría riesgo de quedar varado en él, sabe Dios qué tiempo, bajo un calor infernal y una plaga de mosquitos capaz de dar fiebre en cinco minutos. Resolví, en consecuencia, descender en La Guayra y comenzar mi tarea por Caracas.

30 No tienen en poco al ladrón, aún cuando hurtare para saciar su alma teniendo hambre; 31 tomado, paga siete veces; da toda la sustancia de su casa. 33 Plaga y vergüenza hallará; y su afrenta nunca será raída. 34 Porque el celo sañudo del varón no perdonará en el día de la venganza; 35 no tendrá respeto a ninguna redención; ni querrá perdonar, aunque multipliques el cohecho.

Casi con la del trigo coincidió la introducción de los pericotes o ratones en un navío que, por el estrecho de Magallanes, vino al Callao. Los indios dieron a esta plaga de dañinos inmigrantes el nombre de hucuchas, que significa salidos del mar. Afortunadamente el español Montenegro había traído gatos en 1537 y es fama que don Diego de Almagro le compró uno en seiscientos pesos.

Y cuentan las historias árabes que habiendo cundido la asoladora plaga por todo el norte del Andalús, solo Toledo y Medinaceli se libraron de la ruina, quedando tan despoblada la provincia, que podia un viajero andar por ella á caballo dos meses seguidos sin encontrar alma viviente.

Al año siguiente pasaba el alcalde del pueblo sano por el afligido: es de advertir que, contra todas las esperanzas, si bien la cosecha era abundante, el cielo, que oculta siempre al hombre débil sus altos fines, no había querido terminar la plaga, sin duda porque al pueblo no le debía de convenir. ¿Cómo ha ido por ésta? le preguntaba el uno al otro alcalde.

ELOY. ¿Lo sabe usted...? EL JUEZ. ¡Ay, querido diputado! La justicia no es tan ciega como se dice. ELOY. ¡Ya me doy cuenta...! EL JUEZ. No tengo que darle ningún consejo. Usted es demasiado listo para no comprender que su suerte está en sus propias manos. ¡Vuelva, pues, a su casa, caballero...! Arreglaremos este asunto. Y en lo sucesivo desconfíe del chantage, plaga de nuestra época...

Cada día ve cortados sus recursos sin que le quede más que el de los baños: lo espera todo de los bañistas, del azar de las habitaciones que, unas veces alquiladas, otras vacías, un día producen y el otro empobrecen. Esa mezcla con París, el París mundano, por caros que éste pague sus goces, es una plaga para el país.

Pasa una tromba sobre una isla; el torrente que produce, cargado de limo, de despojos, de plantas muertas ó vivas, á veces de bosques enteros arrancados de cuajo, plaga negra, cenagosa, traspasa el mar, y empujado luego por las olas aquí y allá, distribuye esos presentes entre las islas cercanas.