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Cuento con un medio, un medio facilísimo, infalible, de abrirme paso hasta nuestra paisana; nuestra paisana me recibiria; no se me esconde que esta entrevista seria tal vez la única página interesante de estos desaliñados apuntes; pero aquel palacio negruzco, casi agorero, me infunde temor, tanto temor, que no me acude ánimo ni para describirlo.

Ya lo había pensado también su paisana la tarde anterior; pero como ignoraba el número de la casa de D. Romualdo en la calle de la Greda, no se determinaron a emprender las averiguaciones. Por la mañana, habiéndose brindado el portero a inquirir el paradero de la extraviada sirviente, se le mandó con el encargo, y a la hora volvió diciendo que en ninguna portería de tal calle daban razón.

Se lo hice notar al brigadier y al otro compañero, y todos celebramos la admirable ocurrencia de aquella señora, y la exquisita sensibilidad de la mujer. Debe presumirse que la señora en cuestion era paisana nuestra, puesto que entendió lo que hablábamos, y nosotros hablábamos en español.

PICHONES CON ACEITUNAS. Después de limpios y colocados los pichones con aceite, vino blanco, caldo, cebolla y perejil, se tapan y dejan hervir; cuando están a punto se pasa la salsa y se le agregan aceitunas deshuesadas. MENUDILLOS DE PAVO A LA PAISANA. Por menudillos de ave se entiende cuellos, patas, alas, hígados y corazones.

Pues ¿qué alabanza, qué encarecimiento bastará a celebrar a mi paisana, cuando despunta por lo habilidosa? ¡Qué guisos hace o dirige, qué conservas, qué frutas de sartén, y qué rara copia de tortas, pasteles, cuajados y hojaldres!

No había más remedio que alimentarse, haciendo de tripas corazón, porque la naturaleza no espera: es forzoso vivir, aunque el alma se oponga, encariñada con su amiga la muerte. Pasaban lentas las horas del día, y tanto Ponte como su paisana no podían apartar su atención de todo ruido de pasos que sonaba en la escalera.

En uno de aquellos encuentros, de la sala a la cocina y de la cocina a la alcoba, propuso Ponte a su paisana celebrar el suceso yéndose los dos a comer de fonda.

Le daban miedo el ruido y el movimiento de Buenos Aires, a pesar de que venía de Europa. Eran las impresiones de la niñez que persistían en ella. Se apiadaba de su compañera de viaje; ¡pobre niña! ¡sola en aquella tierra de perdición llena de extranjeros!... Miró Conchita la ciudad con el ceño fruncido y apretando los labios. Es grande, ¿eh, paisana? dijo Isidro. ... grande es.

Que Pipaón visitaba casi diariamente a su antigua amiga y paisana no hay para qué decirlo. Por añadidura, el excelentísimo D. Juan Bragas había simpatizado mucho con el jesuita Gracián.

En mi provincia hay un sibaritismo rústico que encanta. Bien sabe mi paisana estimar, buscar y servir en su mesa las mejores frutas, empezando por la que se cría en su heredad, mil veces más grata al paladar y más lisonjera para el amor propio que la tan celebrada del cercado ajeno.