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Lo peor era que no podía enfadarse sin ponerse en ridículo. No se puede provocar a un caballero para obligarle a que nos invite. Había que tascar el freno en silencio mientras el hábil diplomático ocupaba al lado de Eva el sitio reconquistado.

Ojeda ocupó una mesa en la terraza de fumadero con su compatriota Conchita. Paisana, vamos a llegar había dicho al verla . Permítame que la invite a tomar algo. Celebremos el buen viaje. Ahora que se veía sin amistades femeniles gustábale conversar con la graciosa madrileña, a la que apenas había prestado atención en los días anteriores.

Dos horas después vino una cartita con la autorización. La excursión se efectuaría, pues, al día siguiente, y los convidados partirían de la casa de los condes a las dos de la tarde. Invite usted de nuestra parte al amigo Villa. Dígale que es un ingrato... Hasta ahora no le he echado la vista encima me dijo al tiempo de despedirme.

Usted es muy joven, Obdulia, y tiene aún mucha vida por delante. Todo eso que usted ve en sueños, véalo como una realidad posible, probable. Dará usted comidas de veinte cubiertos, una vez por semana, los miércoles, los lunes... Le aconsejo a usted, como perro viejo en sociedad, que no ponga más de veinte cubiertos, y que invite para esos días gente muy escogida.

Fortunata, que tenía la cabeza caldeada con ideas de envenenamiento, se asustó. «¿Pero qué demonios le va usted a dar a ese infeliz? Si es un buen chico». Nada, no se asuste usted... No es más que un derivativo... La fiesta consiste en que luego le invite doña Casta a subir, y que suba... No sea usted bruto. ¡Si es un chico muy bueno! Me han dicho que mantiene a su madre...

Al volver á su asiento, ella protesto con una indignación cómica: ¡Venir á Montmartre para bailar con el marido!... Puso sus ojos acariciadores en Fontenoy, y añadió; No pienso pedirle que me invite. Usted no sabe bailar ni quiere descender á estas cosas frívolas... Además, tal vez teme que sus accionistas le retiren su confianza al verle en estos lugares.

Si quiere usted permitir á un viajero con el que ha sido usted tan complaciente, que le invite á almorzar, llegará al colmo de su buena hospitalidad... tan francesa. Realmente, soy yo quien debe hacer los honores... Me disgustaría usted, dijo Cristián sonriendo. Pues acepto. Se puso la corbata, se abrochó el chaleco, cogió el sombrero y salió precediendo á Tragomer.

El jueves último en mi casa una fiesta sin pretensiones de sarao, una pequeña reunión en obsequio de mis sobrinas, Carmen y Lucía, hijas de mi hermana mayor. Invité a las amigas de las muchachas y a varios jóvenes, pertenecientes, unas y otros, a nuestro gran mundo. La fiesta tenía por objeto principal presentar a mis sobrinas en sociedad. Debo deciros sobre ellas algunas palabras.

No; iba á ver á mi pequeño, á mi Jorge, primero en Londres, después en Nueva York, siempre en grandes ciudades. Podía vivir con él, jugar á ser mamá con una muñeca viviente que cada vez se hacía más grande... ¡más grande! ¿Te acuerdas de la noche en que te invité á comer? Acababa de regresar de uno de estos viajes, y sin embargo, haz memoria de las tonterías que dije.

Minutos después, al entrar en mi casa, salió a mi encuentro la gentil doncella. Estaba radiante de alegría. Al mirarme, se encendió... y bajó los ojos. Andrés vino a visitarme. Le invité a dar un paseo por las orillas del río, y entonces me declaró que mis tías estaban en la miseria. Para sostenerme en el colegio, sin que nada me faltara, habían hecho toda clase de sacrificios.