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Habían pronunciado su nombre y la voz era de mujer. Quedó estupefacto. Se acercó al boquete y gritó á su vez repetidas veces: «¿Quién llama? ¿quién llamaNadie le respondió. Entonces sospechó que se trataba de una broma que algún minero quería darle imitando voz femenina. Se alejó del agujero y tomó de nuevo la guadaña. Pero en aquel instante una idea terrible cruzó por su mente.

La sala del tresillo jamás recibía la luz del sol: siempre permanecía en tinieblas caliginosas, que hacían palpables las tristes llamas de las bujías semejantes a lámparas de minero en las entrañas de la tierra. Don Pompeyo Guimarán, un filósofo que odiaba el tresillo, llamaba a los del gabinete rojo los monederos falsos.

A aquella hora temprana los escasos transeúntes que discurrían por el pueblo, se paraban al otro extremo de la calle para ver la salida de la diligencia de Wingdam, y Lady Clara alcanzó los arrabales del campamento minero, sin que nadie reparase en ella. Allí tomó una calle transversal que corría en ángulo recto con la calle principal de Fiddletown y que penetraba en la zona del bosque de pinos.

Es cierto que el minero habita durante la mayor parte de su existencia las galerías subterráneas que él mismo ha vaciado, pero esas sombras de muerte donde se deposita el grisú, no son su única patria; si trabaja en ellas, su pensamiento está en otra parte, arriba, sobre la tierra alegre, al borde del fresco arroyo que murmura bajo los olmos, festoneado de juncos.

No podía comprenderlo. Todas las preocupaciones que me servían para olvidarme un poco de mis inquietudes amorosas fueron pronto desechadas al recibir una carta de Genoveva, la hija de Urbistondo. Genoveva me decía que Juan Machín, el poderoso minero de Lúzaro, galanteaba a Mary. Ella no le hacía por ahora el menor caso, pero él la perseguía y la asediaba cada vez con más ahinco.

Sus ojos chispearon y clavando en el monstruo una mirada irritada le dijo: ¿Sabes que me está apeteciendo agarrarte por las piernas y batirte la cabeza contra ese árbol? ¡Prueba á hacerlo! replicó el minero llevando la mano al bolsillo. No lo hago porque siendo malo como eres tendría que pagarte por bueno... que has hablado con Demetria ayer.

Aquella misma tarde Andrés subió de nuevo a un coche del ferrocarril minero, pernoctó en la capital de la provincia, y con veinticuatro horas más de viaje se plantó en Madrid. ¡Qué gordo! ¡qué moreno! ¡qué cambiado está usted, amigo Heredia! ¿Dónde se ha puesto usted de esa manera? Por donde quiera que iba, llegado a la corte, escuchaba estas o semejantes exclamaciones.

¡ le has herido, Plutón! exclamaron varios encarándose con el feroz minero. ¡Yo! profirió éste fingiendo con admirable serenidad la sorpresa. ¡, ! dijeron los paisanos que se hallaban cerca. ¿Con qué arma?... Aquí tenéis mi navaja respondió sacándola del bolsillo y presentándola. Plutón, como criminal experto, llevaba siempre dos navajas.

Cuando el joven Heredia se acercó al despacho del ferrocarril minero que enlaza el puerto de Sarrió con la villa de Lada, solicitando un billete de primera, el expendedor le clavó una mirada honda y escrutadora, y le examinó detenidamente de la cabeza a los pies, preguntándose con curiosidad: ¿Quién será este joven?

Parece siguió después el minero, mirándolas á entrambas con sus ojos de fiera traidora que no os gustan las caras manchadas de carbón... Os alegran más las que están salpicadas de leche y borona como las de aquellos zotes que os acompañaban en la lumbrada del Carmen... ¡Podían no gustarnos más! exclamó con desenfado Flora. Aquéllos son hombres... y vosotros unos micos.