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Et de primero ficieron un antipecho con que se defendiesen, et fendo aquel et lidiando con los moros, murien los homes cada día sobre los fundamientos de los adarves, volviendo hi lur sangre, sobre la qual sangre multiplicaban los adarves

En el momento en que estaban lidiando el toro de muerte, un vecino, de muchos años y de mucho entendimiento, vió á la madre del torero arrodillada á los pies de un Santo Cristo muy milagroso que se veneraba en una calle del pueblo. ¿Qué hace usted ahí? preguntó á la arrodillada. Mujer, no llore usted, que al fin su hijo tiene sobre el toro una gran ventaja. ¿Y qué ventaja es ésa, señor?

Por su valor y su arrojo Es conocido el primero, Y se distingue el segundo Por su semblante sereno: La calva frente de Blanco Es de su alma fiel espejo, Pues se retratan en ella La honradez y el ardimiento. Trescientos hombres le siguen Cargando al son de degüello, En proteccion de los bravos Que lidiando como héroes, Mas que hombres de hueso y carne Parecen hombres de hierro!

¿Por qué en el Coso, quebrando cañas, lidiando toros, rompiendo lanzas, cien caballeros de gran prosapia, que prez y orgullo son de Granada, deslumbradores de ricas galas, lucientes joyas, bruñidas armas, sobre fogosos potros del Atlas, que el Coso barren con sus gualdrapas, en las cuadrillas giran, se travan, como un torrente de fuego pasan junto al estrado de la acuitada, y sus preseas ante sus plantas ansiosos ponen, sin que una vaga, leve sonrisa conmueva plácida su hermosa boca, ni en dulce llama sus negros ojos lucientes ardan? ¿Por qué tal pena, desdicha tanta?

El propietario de La Rinconada, rico cortijo con pequeña plaza de toros, era un entusiasta que tenía la mesa dispuesta y abierto el pajar para todos los aficionados famélicos que quisieran divertirle lidiando sus reses. Juanillo fue allá en días de miseria con otros compañeros, para comer a la salud del hidalgo campestre aunque fuese a costa de algunos revolcones.

¿No era cosa que clamaba al cielo que, mientras ellos comían los mendrugos de la miseria, él, atado al potro de una oficina, esclavo de un sueldo miserable y expuesto el día menos pensado a un puntapié del ministro; ella, lidiando con el trajín de la casa, sin más criados que aquella indiecita y la italiana, remendando ropa, punteando medias y hasta fregando cacerolas, si era menester; Quilito, ese pobre muchacho, obligado, muchas veces, a hacer mal papel entre sus amigos, él, que nació entre encajes; los Esteven, ladrones de su fortuna, se regalen y se den la gran vida con lo que no es de ellos, con lo que han robado, , señor, robado?

Por eso es obligación ineludible en el escritor cristiano y de bien ordenado entendimiento, aplicar su ingenio a la reparación del edificio social, lidiando por la familia, que es su primera y necesaria base.