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¿Qué muebles piensas enviar a casa de Engracia? Entre mañana y pasado mandaré una cómoda, un armarito, una lámpara y dos banastas con ropa: la cama y la butaca, el potro, como papá la llama, no podrán llevarse hasta el último momento. Bueno; pues ya lo sabes, por si antes no nos vemos: el sábado a las tres, sin falta, voy con la camilla. Asunto terminado.

Cualquier día van a costarle caras estas gracias dijo Lorenzo, contemplando a Melchor sobre cuyos hombros se veía a la distancia las puntas flotantes del pañuelo, agitadas por el vendaval que el Platero producía. ¡Ni potro que fuera... para sacarlo a don Melchor! se aventuró a decir Ramona, como si la agitara un hondo orgullo ante la proeza realizada por su patrón.

Su naturaleza ardiente, orgullosa, lisonjeada por un padre que llegaría hasta el crimen por darle gusto, y por un enjambre de adoradores postrados a sus pies, botaba ante aquel obstáculo, el primero con que había tropezado en su vida, como un potro salvaje. En estos frenesíes de cólera ideaba vengarse. Escribió varios anónimos a D. Pedro, pero ninguno llegó a su destino.

Pues bien: los poderes europeos necesitan estar bien armados, bien fuertes en el Río de la Plata, y mientras Chile y los demás Estados libres de América no tienen sino un cónsul y un buque de guerra extranjero en sus costas, Buenos Aires tiene que hospedar enviados de segundo orden, y escuadras extranjeras, que están a la mira de sus intereses y para contener las demasías del potro indómito y sin freno que está a la cabeza del Estado.

Lancéme hacia allá, sacudiendo con los talones los ijares del potro, y galopé mucho tiempo por el descampado. De repente, el caballo y yo rodamos en un surco blando. Era una laguna; mi boca se llenó de agua pútrida, y mis pies se enredaron en las fofas raíces de los nenúfares. Cuando me levanté vi al caballo corriendo muy lejos, como una sombra, con los estribos al viento.

Nadie desbravaba mejor que él el más fogoso potro no domado; nadie disparaba mejor las bolas ni detenía con el lazo, ya a los toros bravos, ya a los ligeros avestruces o ñandúes, ni nadie manejaba mejor el puñal y el machete, ni tenía tino más certero con la carabina.

De resultas se echó el guante al señor Viváis-mil-años, que empezó por negar toda participación en el delito que la justicia perseguía. Pero puesto en el potro, aunque aguantó como un santo dos vueltas de cordel, a la tercera el dolor le deshizo la firmeza, y cantó que no había más que pedir.

Tampoco se supo en qué tiempo inverosímil Salvador ensilló su caballo por mismo; y mientras Rita clamaba a todos los santos del cielo y el pastor se quedaba con un palmo de narices, él volaba hacia Rucanto, en velocísima carrera, que levantaba chispazos de lumbre bajo las herraduras del potro.

Decíase de él por lo bajo que en su borrascosa mocedad había sido contrabandista y que yendo y viniendo de Ronda á Gibraltar y de Gibraltar á Ronda con su potro corredor y su trabuco naranjero, había llenado aquella ancha zona de su alto nombre y sus épicas hazañas.

Yo aquí siempre sobre el potro, desvelándome por el servicio público, y ya ve usted lo que se me agradece; no he visto cosa más cochina que la política.