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El mismo agradecimiento apenas ha llegado a rayar aquella piedra tosquísima. Quizá duerman en su corazón escondidos deseos, tanto más fogosos cuanto más contenidos; pero nunca asoman a la lengua. Lo mismo rechaza el amor brutal de Muergo, que el honrado y caballeroso de Andrés o el suave y delicadísimo de Cleto.

Llegaban entonces trenes de lujo directamente de Londres, de Viena, de Berlín, de todos los extremos de Europa. La plaza del Casino era una Babel; en torno del «queso» paseaban todas las razas y sonaban todos los idiomas. Ahora resultaba lamentable la ausencia de los rusos, jugadores fogosos, y también de los austriacos y los turcos.

Quedóse con esto más tranquilo, casi sereno del todo: indudablemente era que se reducía aquello a una necia broma... Cierto que habíale sucedido a él en aquel negocio espinosísimo lo que acontece a todos los caracteres fogosos; que una vez dado el primer empuje, caen luego en la mayor apatía, abandonando los planes con tanta rapidez fraguados y con tanto calor emprendidos.

Porque no siempre ocurria implorar proteccion de la autoridad y de la fuerza contra los escesos y desmanes: esto era á veces lo mas sencillo: padecian, por ejemplo, la Iglesia y el estado eclesiástico vejaciones y gravámenes de los ministros reales y hombres poderosos, porque tomaban violentamente las rentas de los obispados vacantes y quitaban á los cabildos la libertad en las elecciones de obispos y beneficiados, imponian tal vez pechos y nuevas cargas á los prelados, cabildos, abades y clero, contra la inmunidad que debian gozar por reales privilegios: y todo se remediaba quejándose al rey y pidiéndole la correccion de los escesos cometidos . Pero ¿cómo corregir la aspereza de las costumbres? ¿cómo refrenar los fogosos arranques del puntilloso honor ofendido, en los mismos individuos del estado eclesiástico, que, avezados á esgrimir el acero en el campo de batalla, hacian como el Cid campaña la Iglesia al mas ligero viso de desprecio ó de insulto?

Acaso el instinto de cobardía propio de su raza les moverá a agazaparse breves minutos detrás de un arbusto o de una peña; pero al primer imperceptible efluvio amoroso que les traiga la cortante brisa; al primer hálito de la hembra que se destaque del olor de la resina exhalado por los pinares, los fogosos perseguidores se lanzarán de nuevo y con más brío, ciegos de amor, convulsos de deseo, y el cazador que los acecha los irá tendiendo uno por uno a sus pies, sobre la hierba en que soñaron tener lecho nupcial.

Observamos también decidida predilección por la pintura de ciertas situaciones, y la ausencia de todo fin moral directo; que lo cómico alterna con lo patético, las más veces como parodia del segundo, y revestidos ambos de las formas métricas más bellas; que la lírica se muestra de continuo fuerte y poderosa; y por último, que en sus planes, según se deduce de la afición que muestra Torres Naharro, se vislumbran ya los rasgos capitales de aquellos argumentos, que se repiten luego con tanta frecuencia en la escena española; á saber, las aventuras amorosas de sus fogosos galanes, las heroinas apasionadas y astutas, y sus padres y hermanos llenos de orgullo, siempre dispuestos á sacar su puñal para lavar en sangre su deshonra, y fáciles sin embargo de aplacar .

Entrando por ella vienen a la memoria nuestras costumbres patriarcales de principios del siglo, la malicia inocente de nuestros padres, los fogosos doceañistas, la Fontana de Oro, y se extraña no ver a la izquierda las famosas gradas de San Felipe. El café del Siglo, situado hacia el promedio de esta calle, participa del mismo carácter burgués, ofrece igual aspecto apacible y honrado.

¿Por qué en el Coso, quebrando cañas, lidiando toros, rompiendo lanzas, cien caballeros de gran prosapia, que prez y orgullo son de Granada, deslumbradores de ricas galas, lucientes joyas, bruñidas armas, sobre fogosos potros del Atlas, que el Coso barren con sus gualdrapas, en las cuadrillas giran, se travan, como un torrente de fuego pasan junto al estrado de la acuitada, y sus preseas ante sus plantas ansiosos ponen, sin que una vaga, leve sonrisa conmueva plácida su hermosa boca, ni en dulce llama sus negros ojos lucientes ardan? ¿Por qué tal pena, desdicha tanta?

Bien pronto se reanimó la discusion, y Guy Patin se presentó como uno de los mas fogosos adversarios de un medicamento que debia conquistar un rango distinguido en la materia médica y ser preconizado contra todas las enfermedades ó poco menos.

El cura se limpió el sudor del rostro y del cuello con un desmesurado pañuelo de yerbas, se sonó después con horrísono trompeteo, dijo tres o cuatro frases insignificantes a propósito del calor y la humedad, y por último, encarándose con su sobrino y clavándole sus ojos grandes, redondos y saltones como los de los cíclopes, y tan fogosos, le dijo pausadamente, dejando caer las palabras graves y solemnes como las campanadas de un reloj de torre: Tengo entendido, Andrés, que visitas con harta frecuencia la casa de Tomás el molinero; que te pasas allí las horas muertas... Me han dicho además que el motivo de estas visitas es una de las muchachas, la más joven, a quien al parecer haces cocos... Esto me disgusta, Andrés; mucho me disgusta.