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Mi criada tiene a su molinero que le dice al oído palabras que le encienden el rostro; aquí oigo carcajadas del placer que causan emociones para desconocidas...». En aquel momento tuvieron que detenerse entre la multitud. Había un drama en la acera. Un joven alto, de pelo negro y rizoso, muy moreno, vestido con blusa azul, gritaba: ¡La mato! ¡la mato! Dejadme, que quiero matarla.

El pobre molinero lo comprende en seguida. Su triste canción dice: Quisiera partir, perderme en la inmensidad del mundo, Si todo no estuviera tan verde, tan verde en el bosque y en los campos... Gertrudis, agitada por el temor y la esperanza, hace en el aire un ademán. ¡Eso no es posible! ¡es preciso absolutamente que todo concluya bien!

Sorpréndeles la noche en este diálogo, y entonces aparece el dueño con su cancionero; celebra al autor de cada canto, antes de leerlo, y al concluir exclama en francés antiguo: «otro por el estiloMientras da esta amorosa serenata á su amada Isabel, la hija del molinero, y los perros y gatos forman el coro ladrando y mayando, prosiguen los criados en su charla, y al fin oye de los labios de su dama la respuesta favorable que aguardaba.

No, la del pañuelo negro y corales en la garganta... la que ahora se despide, mire usted. ¡Ah, !... la hija de Tomás el molinero... No piense usted en ella, D. Andrés... (bajando la voz y en tono confidencial). Yo le daré a conocer otras mucho más amables en cuanto usted se mejore un poco...

Nuestro sitio predilecto era una pequeña isla en la cual podíamos entrar, bien pasando por el molino, construído transversalmente sobre el arroyo, ó resbalándonos á lo largo de una estrecha cornisa construida en forma de acera en el exterior de la casa; allí estaban las palas y adonde el molinero iba á regularizar la marcha del agua. Nuestro camino preferido era este.

El cura se limpió el sudor del rostro y del cuello con un desmesurado pañuelo de yerbas, se sonó después con horrísono trompeteo, dijo tres o cuatro frases insignificantes a propósito del calor y la humedad, y por último, encarándose con su sobrino y clavándole sus ojos grandes, redondos y saltones como los de los cíclopes, y tan fogosos, le dijo pausadamente, dejando caer las palabras graves y solemnes como las campanadas de un reloj de torre: Tengo entendido, Andrés, que visitas con harta frecuencia la casa de Tomás el molinero; que te pasas allí las horas muertas... Me han dicho además que el motivo de estas visitas es una de las muchachas, la más joven, a quien al parecer haces cocos... Esto me disgusta, Andrés; mucho me disgusta.

Ana sin saber por qué, sintió un poco de ira. «¿Cómo serían aquellos amores de Petra y el molinero? ¿Qué le importaba a ella...?». Pero la manera de mirar a Petra, estudiando los pormenores de su traje, algo descompuesto, la fatiga que no podía ocultar, el sudor, el color de sus mejillas, revelaba una curiosidad que quería ocultar en vano la Regenta. «¿Qué había hecho en el molino aquella mujer?». Este pensamiento baladí, obsesión estúpida que era casi un dolor, absorbía toda la atención de Ana, a su pesar.

Entonces, tómame por el cuello. Tienes demasiada harina encima. ¡Vaya una mujer de molinero, que tiene miedo a la harina! dice Juan en tono burlón. Deja concluye ella, que ya llegará la hora en que ponga a prueba tus habilidades de jugador.

Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fué molinero más de quince años. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fué preso y confesó y no negó y padesció persecución por justicia.

Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de , tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río.