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De los cuatro cíclopes, el primero es el Judaísmo, el segundo el Desprecio de Dios, el tercero el Engaño ó Judas Iscariote, y el cuarto la Ley natural. Tirso de Molina . Su Apología de la Comedia Española. Sus obras dramáticas en general.

El cura se limpió el sudor del rostro y del cuello con un desmesurado pañuelo de yerbas, se sonó después con horrísono trompeteo, dijo tres o cuatro frases insignificantes a propósito del calor y la humedad, y por último, encarándose con su sobrino y clavándole sus ojos grandes, redondos y saltones como los de los cíclopes, y tan fogosos, le dijo pausadamente, dejando caer las palabras graves y solemnes como las campanadas de un reloj de torre: Tengo entendido, Andrés, que visitas con harta frecuencia la casa de Tomás el molinero; que te pasas allí las horas muertas... Me han dicho además que el motivo de estas visitas es una de las muchachas, la más joven, a quien al parecer haces cocos... Esto me disgusta, Andrés; mucho me disgusta.

«Esos cíclopes...», dice Groussac; «esos feroces calibanes...», escribe Peladan. ¿Tuvo razón el raro Sar al llamar así a estos hombres de la América del Norte? Calibán reina en la isla de Manhattan, en San Francisco, en Boston, en Washington, en todo el país.

Encerrados en el humoso taller, domeñaban como cíclopes el hierro tenaz y el fuego bravío, y se iban transmitiendo de generación en generación el rudo sacerdocio de su maestría. La pasión de la raza les había demandado para su uso más alto aquellos aceros únicos, aquella insigne herramienta de la honra y la dominación.

Y Poseidón distinguía entre todas á la nereida de la espuma, la blanca Anfitrita, que se negaba á aceptar su amor. Conocía al nuevo dios. Las costas estaban pobladas de cíclopes como Polifemo, de monstruos espantables, producto de sus copulaciones con diosas olímpicas y con simples mortales.

Segunda, que la voz se le ha ahilado y suena como la de un eunuco. Prosigue la voz: Los cíclopes veían el mundo superficialmente, porque sólo tenían un ojo. Los cíclopes, por ver el mundo superficialmente, quisieron asaltar el Olimpo; pero los dioses los precipitaron en el hondo Tártaro. Don Amaranto siempre con sus mitologías.

Si paras la atencion en las humildes fábricas que de trecho en trecho despuntan, unas con torres, otras sin ellas, asomando sobre las techumbres circunvecinas sus denegridas fachaditas angulares, cuál con un santo en su vértice, cuál con una simple cornisilla de canes, cuál entre dos robustos estribos, pero todas con su gran claraboya como el ojo único de los cíclopes, facilmente reconocerás, aunque algo disfrazadas, algunas de las basílicas mozárabes de que te he hablado en el anterior capítulo.

Lo que aquel pueblo de cíclopes ha conquistado directamente para el bienestar material, con su sentido de lo útil y su admirable actitud de la invención mecánica, lo convertirán otros pueblos, o él mismo en lo futuro, en eficaces elementos de selección.

Veíamos pueblos de animales más inteligentes que hombres y pueblos de cíclopes, centauros, ninfas, sátiros... Y los jardines del Paraíso Terrenal, y las cumbres rosáceas del Olimpo, y la Ciudad de la Muerte... ¡La Ciudad de la Muerte! ¿Qué indiscreto mortal dijera una palabra de ella?

Vulcano ayudado de cuatro robustos mocetones que nada tienen de cíclopes, pues ni son gigantes, ni tuertos, sino de estatura humana y con sus dos ojos sanos, estaba trabajando a martillazos sobre el yunque una lamina de hierro candente, cuando de improviso se le presenta Apolo en forma de hermoso mancebo, coronado del laurel de Dafne y circundada la cabeza de claridad intensa reveladora de su celeste origen.