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Un grumete pintado de negro descolgábase con ayuda de una cuerda por la claraboya que comunicaba el salón de música con el comedor, y pregonaba, a estilo de los vendedores de diarios, el Aequator Zeitung, periodiquito impreso a bordo en la prensa que servía para el tiraje de los menús y las listas de pasajeros.

Quiso ver el emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la antigüedad se llamó el templo de todos los dioses, y ahora, con mejor vocación, se llama de todos los santos, y es el edificio que más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad en Roma, y es el que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir, claraboya redonda que está en su cima, desde la cual mirando el emperador el edificio, estaba con él y a su lado un caballero romano, declarándole los primores y sutilezas de aquella gran máquina y memorable arquitetura; y, habiéndose quitado de la claraboya, dijo al emperador: ''Mil veces, Sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo, por dejar de fama eterna en el mundo''. ''Yo os agradezco -respondió el emperador- el no haber puesto tan mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis a hacer prueba de vuestra lealtad; y así, os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere''. Y, tras estas palabras, le hizo una gran merced.

El príncipe sonrió acordándose de lo que le había contado Toledo días antes: la desesperación de una señora cuarentona que venía de Niza con sus dos hijas todas las tardes y había acabado por perder cincuenta mil francos. ¡Ojalá me hubiese echado un amante! gemía la matrona con ojos lacrimosos . Mejor hubiera sido entregarme al amor. Entró Miguel en otros salones sin claraboya.

Llegaron dos médicos, y luego de cerrar la puerta para que nadie les estorbase, quedaron indecisos ante el cuerpo inánime del espada. Había que desnudarlo. A la luz que entraba por una claraboya del techo, Garabato comenzó a desabrochar, descoser y rasgar las ropas del torero. El Nacional apenas podía ver el cuerpo. Los médicos estaban en torno del herido, consultándose con la mirada.

Aquella ola de luz que se derramaba por el salón, en plena tarde, mientras en la claraboya aún brillaba el sol, parecíale la repentina entrada en la gloria que venía hacia él, para darle el espaldarazo del renombre.

Esta luz amarillenta, igual al oxidado fulgor del oro viejo, parecía aumentar la suntuosidad de las salas. Era la arquitectura majestuosa y rica que convence al pueblo y á los ricos improvisados. Las columnas y pilastras, de ónix y de bronce, sostenían un techo magnífico, cortado circularmente por la cristalería de la claraboya.

¡Adiós, mi cielo! Adiós, mi señor. Aquellas dos cabezas se unieron, y sonó un doble y tierno beso. Don Juan se rebujó en su capilla, porque hacía frío, y doña Clara cerró la puerta. Don Juan tomó la salida de la galería, guiado por la débil luz del alba que penetraba por una claraboya. Apenas desapareció don Juan, se lanzó en medio de la galería la Dorotea. Siguióla don Juan de Guzmán.

Nos parecemos al que oyó decir á un inglés que en cierto salón algo obscuro de la Alhambra convendría que hubiese una claraboya; y para imitar al inglés, pidió también una claraboya para el palacio de Carlos V, que nunca tuvo techo.

Su conjunto esterior tenia tambien que ser próximamente el mismo en todas partes: en el imafronte ó fachada, remate angular, marcando la declinacion de los pares de la armadura ó techumbre de la nave principal; luego las verticales de los muros de esta en su parte superior, por donde recibe las luces; luego las otras dos vertientes de la armadura de las naves colaterales, descansando sobre los muros de estas; últimamente, portada mas ó menos rica de ornamentacion, compuesta de un arco de plena cimbra, bajo un tejaroz sostenido en mútulos de formas caprichosas, y en lo alto un oculus ó claraboya, de sencilla forma, destinado a dar mayor luz al cuerpo de la iglesia.

Era el escritorio una pieza reducidísima, tan obscura, que había sido necesario abrir una claraboya; las paredes cubiertas de un papel de ramos dorados, que la humedad había deslustrado y dejaba colgar en jirones; sin más muebles que dos mesas de patas largas, con sus bancos correspondientes, un sofá y cuatro sillas sueltas; una mampara de pino pintado cubría la puerta de calle, y al exterior, a ambos lados de esta puerta, se veían dos planchas de metal, que nunca se limpiaban, con este letrero: Esteven y C.ª Comisionistas.